Había una señora que, cuando barría el piso, tenía la costumbre de esconder el polvo que recogía debajo de la alfombra. Le daba flojera ir por el recogedor, y se le hacía fácil ocultar la pequeña cantidad de polvo. Sin que ella se diera cuenta, sin embargo, el montón de polvo iba creciendo.
Un día, su esposo llegó del trabajo y, al entrar a la casa, se cayó de largo. Se había tropezado con un bulto debajo de la alfombra. Levantó la esquina de la alfombra, y allí estaba todo el polvo que su esposa había estado ocultando. ¡Su secreto se había descubierto!
Las cosas escondidas tienen poder para lastimar. En este caso, la lesión no fue grave. Sin embargo, tenemos que entender que lo oculto siempre saldrá a la luz. Jesús dijo: "No hay nada encubierto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse." (Lucas 12:2) Todo lo que tratamos de ocultar algún día saldrá a la luz - puede ser en esta vida, o en el juicio final.
Pero muchas veces, por querer guardar las apariencias, tratamos de ocultar las cosas. Escondemos nuestro pecado, en lugar de confesarlo. Tenemos riña con alguien, pero en lugar de acercarnos para aclarar las cosas y pedir perdón, preferimos esconderlo todo debajo de la alfombra.
Cuando tratamos de esconder las cosas, les damos poder para lastimarnos. Les damos poder para separarnos de Dios. Cuando Adán y Eva pecaron, su vergüenza los llevó a esconderse de Dios cuando Él se les acercó. Nuestro pecado también nos separa de Dios. Puede ser que sigamos asistiendo a la Iglesia, orando y haciendo todos los movimientos de la vida cristiana, pero en nuestro corazón, sabemos que algo no está bien.
El pecado escondido puede llegar a producir efectos físicos. Esto no significa que cada persona enferma tiene pecado escondido en su corazón. Cuando alguien estornuda, no debemos decir: "Salud, y ¿qué pecado traes escondido?" Pero debemos entender que, cuando escondemos el pecado, traerá enfermedad y malestar a nuestras vidas - física o espiritualmente.
Pero hay una solución. La encontramos en 1 Juan 1:9 "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad." Cada creyente deberá memorizar este versículo, porque es clave para nuestro caminar con el Señor. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo, y nos perdonará nuestros pecados. Él nos limpiará de toda maldad. Confesar es lo opuesto a esconder. Cuando confesamos nuestros pecados, los sacamos a la luz, para que Dios los perdone y nos los quite.
Pero, ¿a quién le debemos confesar nuestros pecados? Primeramente, se los tenemos que confesar a Dios. El rey David escribe en Salmo 32:5 "Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: 'Voy a confesar mis transgresiones al Señor', y tú perdonaste mi maldad y mi pecado." Cuando llegamos a estar conscientes de algún pecado, se lo tenemos que confesar primeramente a Dios.
Pero también es bueno confesar públicamente nuestros pecados. Santiago habla de esto, en el quinto capítulo de su carta, versículo 16 "Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho." El pecado oculto puede traer enfermedad, tanto física como espiritual. La enfermedad no siempre es el resultado directo de algún pecado, pero la confesión siempre trae salud y libertad.
¿Significa esto que debemos sacar todos nuestros pecados y ventilarlos delante de toda la Iglesia? No, no significa eso. Pero si traemos un pecado en la consciencia que nos pesa, o si hemos batallado con un pecado por mucho tiempo, o si pensamos que cierto pecado nos podría estar causando enfermedad, debemos confesarlo a los hermanos para que oren por nosotros. También tenemos que confesar nuestro pecado a la persona que hemos lastimado.
La oración por la persona que ha confesado su pecado es poderosa. La confesión trae libertad a nuestras vidas. Se cuenta la historia de un rey que visitaba una de las cárceles de su reino. Cada recluso que lo saludaba insistía en que era inocente de los cargos que lo tenían encarcelado.
Después de escuchar a uno tras otro que declaraba su inocencia, a pesar de muchas pruebas, se encontró con un hombre acusado de robo a mano armada. "¿Es usted culpable?" - le preguntó el rey. "Sí, su Majestad", respondió el hombre. "Soy culpable. Estoy aquí cumpliendo una justa condena."
De inmediato, el rey mandó llamar al carcelero. "¡Suelten a este hombre ahora mismo!" - le dijo. "¡No podemos permitir que este hombre culpable contamine con su presencia a tantos hombres inocentes!" Obviamente, el rey hablaba con cierto sarcasmo. Pero qué interesante es notar que la honestidad de la confesión trajo libertad al culpable, mientras que los culpables que escondían su pecado e insistían en fingir inocencia quedaron encarcelados.
"Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón."Así nos dice Proverbios 28:13. ¿Confiesas tus pecados regularmente al Señor? No basta con sólo decir, "Señor, perdóname si te he fallado." Hace falta nombrar el pecado. ¿Hay algún pecado que necesites confesar públicamente? Dentro de algunos momentos, tendrás la oportunidad para hacerlo.
Pero hay otra cosa escondida o encubierta que también trae grandes problemas a nuestra vida. Se trata de los pleitos y problemas que tenemos con otras personas, que se han quedado sin resolver. Muchas veces, por vergüenza o por guardar las apariencias, preferimos fingir que no pasa nada. Pero el problema sigue allí, escondido, como una astilla enterrada en la carne que supura y duele.
Este no es un problema nuevo. En la Iglesia de Filipos, había dos mujeres que tenían una riña. No sabemos de qué se trataba. No sabemos cómo empezó. Sólo sabemos que el apóstol Pablo, cuando les escribió, dijo lo siguiente: "Ruego a Evodia y también a Síntique que se pongan de acuerdo en el Señor." (Filipenses 4:2) Estas dos mujeres tenían un desacuerdo que impedía la unión de la Iglesia.
Si Pablo escribiera una carta a esta Iglesia, ¿mencionaría tu nombre? ¿Te rogaría que te pongas de acuerdo con alguien? Cuando hay división, rencor, falta de perdón, malentendidos, problemas ocultos del pasado, cosas que no se han resuelto - toda la Iglesia sufre, porque no existen la unidad y el pleno amor que reflejan la presencia de Dios.
Nuestro Jesús también consideró que esto era algo muy importante. Él dijo: "Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tú ofrenda." (Mateo 5:23-24)
Es tan importante reconciliarse que Jesús dice: Si estás en el acto de traer tu ofrenda de adoración a Dios, y recuerdas que algo te separa de tu hermano, no esperes. Deja tu ofrenda allí mismo, y vete a reconciliar con tu hermano primero. Luego, podrás dar tu ofrenda con la consciencia limpia, de la manera que le agrada a Dios.
Hemos hablado de dos cosas ocultas - pecados ocultos y distanciamientos ocultos. Ahora ha llegado el momento de poner en acción lo que hemos escuchado. Vamos a tomar un tiempo para confesión y reconciliación. Si en estos momentos Dios te ha señalado algún pecado que debes confesar ante todos, este es el momento de hacerlo. Si hay algo que te separa de algún hermano de la Iglesia, acércate ahora mismo a esa persona y arregla las cosas. Sacando a la luz lo escondido, pierde su poder para dañarnos y empezamos a caminar en libertad.
PASTOR TONY HANCOCK