Yo, pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados… procurando mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. (Efesios 4.1, 3)
Ningún tema relacionado a la vida en Cristo ha sido tan descuidado como la unidad del cuerpo. Es mayormente por nuestra falta en este aspecto que no hemos logrado presentar en forma convincente al mundo las Buenas Nuevas del evangelio. Es bueno, entonces, que meditemos en las razones por las cuales la unidad es tan difícil de practicar.
Hemos de notar que la exhortación de Pablo no nos motiva a trabajar para crear la unidad, sino a mantenerla. Es importante tomar nota de la diferencia porque frecuentemente escucho en la iglesia llamados a «trabajar» hacia la unidad. La verdad es que la unidad es un regalo de Dios. Llegamos a la unidad porque estamos vinculados con un Dios que vive en perfecta unidad. Lo único que podemos hacer nosotros es quebrar esa unidad. Por esta razón nuestro esfuerzo debe estar dirigido hacia la preservación de lo que el Señor ha establecido.
Gran parte de la dificultad en disfrutar de la unidad radica en una confusión acerca de lo que significa el concepto. En la mente de muchos de nosotros «unidad» se refiere a que seamos todos iguales. Es decir, que todos pensemos de la misma manera, tengamos las mismas metas y trabajemos en los mismos proyectos. Eso no es unidad, sino uniformidad. Hemos visto, en las congregaciones donde se impone la uniformidad, lo artificial que resulta la vida espiritual que se practica a diario. No se puede disentir, ni tener opinión diferente a la de los líderes porque esto es «quebrar» la unidad. Esta tendencia es la que vemos claramente reflejada en el primer concilio de la iglesia en Hechos 15. Algunos de los líderes querían imponer la uniformidad.
Es precisamente por este criterio que se nos hace tan difícil practicar la unidad. Al entender que unidad se refiere a una relación con aquellos que piensan de la misma manera que nosotros, nuestro círculo de relaciones es muy pequeño. Unidad, sin embargo, no es la descripción de una coincidencia de ideas y conceptos sino de un compromiso. Vivir en unidad es aceptar el llamado de amar y honrar a todos los que son de la casa de Dios, aun cuando sean enteramente diferentes a lo que nosotros somos. Se funda sobre la convicción de que las ideas y los métodos pasarán, pero el amor permanecerá para siempre. Quebramos la unidad cuando creemos que las diferencias con los demás nos dan licencia para criticar, despreciar y condenar.
En este tema nuestro rol como pastores es fundamental. Las personas observan nuestras actitudes. Escuchan los términos que usamos para referirnos a otros. Analizan la manera en que manejamos a aquellos que actúan y piensan diferente a nosotros. Muchas veces, nuestro ejemplo será el factor más importante para ayudarles a no quebrar la unidad del Espíritu. El Señor nos conceda, sobre todas las cosas, ser conocidos por la abundancia de amor en nuestras vidas.
Para pensar:
¿Cómo reacciona frente a las diferencias con otros? ¿Cuán tolerante lo considera la gente que le conoce? ¿Qué cambios debe hacer en su vida para seguir avanzando hacia la unidad?
Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.