“Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.
Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra.
Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le serás quitada.” (Lucas. 40:38-42)
La familia como primer espacio para la influencia positiva y la transformación
A unos tres kilómetros de Jerusalén, en Betania se abren las puertas de un hogar que cobija a nuestro Señor. La familia de Marta, María y Lázaro ocupa un lugar importante ya que en el Nuevo Testamento se le dedica casi tanto tiempo de relato como a la familia del propio Jesús. Este trío de solteros, representantes de una familia unigeneracional, parecen estar cerca del corazón de Jesucristo. Juan nos dice “amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11:36).
Habitualmente les visitaba, y ellos abrían las puertas de su casa a él y sus seguidores. Ellos se mostraban gustosos de servirlos.
No podemos pasar por alto que esta familia tal como aparece en los evangelios encierra grandes tesoros para nosotros hoy. No podemos omitir en la lectura la preeminencia de las figuras femeninas de ese hogar. Significativamente las hermanas mujeres son mencionadas con anterioridad al hermano varón, incluso es Marta es quien lo recibe en su casa, siendo costumbre de los varones dar la bienvenida al hogar.
En el episodio que mencionamos al inicio, tan conocido por todos, podemos reconocer cómo las personalidades de estas dos mujeres tiene algo que enseñarnos. Marta, seguramente la hermana mayor, responsable por la familia, hacendosa, práctica, dispuesta…vela por el bienestar y el confort de sus huéspedes. En contraste, vemos a María, contemplativa, reflexiva, seguramente ella agregaría esa cuota que hacía el hogar atractivo para el diálogo y la reflexión… Estamos acostumbrados a pensar en pares excluyentes, en pares opositivos. O se es una cosa o la otra. Nos alegra ver que la Palabra de Dios registra estos casos en que algo interno de la familia pareciera “disfuncionar”. Marta parece irritada, demandando algo que a su entender era vital: colaboración.
Acude a quien sin duda ellas reconocen como una autoridad para dirimir el conflicto. Y nuevamente, este conflicto como tantas veces en nuestras familias, es una oportunidad para aprender. Y Jesús no desaprovecha la oportunidad de ser una influencia positiva en la vida de sus amigos tan queridos…
Tradicionalmente hemos escuchado que María “escogió la mejor parte” al estar en la presencia del Señor. Un momento de quietud, de contemplación en medio de la vorágine de todos los días, de la atención a los otros…Sin descontar que el reclamo de Marta era válido, respondiendo a los patrones de su cultura, hemos aprendido a entender que estos momentos de quietud frente al Señor son vitales.
Pero ¿qué tal si nos animamos a ver un poco más en estas palabras que registra el evangelio?
María parecía estar muy interesada en las enseñanzas de Jesús y como era costumbre se sentaba a los pies para escucharlo. Como hacía Pablo con su maestro Gamaliel (Hch 22:3). Pero la verdad es que esta actitud es muy novedosa para las mujeres de la época. Y allá en Judea, tan cerca del templo y de las autoridades de escribas y fariseos, resulta hasta diríamos peligroso. Pero Jesús puede ver las cosas de un modo diferente y aprovechar esta oportunidad para influir en esta familia y en los presentes que han sido acogidos en esa casa. Jesús parece disfrutar de que las mujeres participen de su movimiento y le dice a Marta que la parte que María eligió no le será quitada (Lc 10 :42). María ha logrado tomar una nueva posición frente a los espacios que tradicionalmente le han sido asignados como mujer de esa cultura. Que nuestras familias sean los primeros lugares para tomar “estos riesgos” llevará tiempo.
Por Cecilia Naddeo y M.L. Panero
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