Hagamos un ejercicio. Expresaré un término y te pediré que, sin pensarlo demasiado, veas que imagen o expresión viene a tu mente. Ahí vamos: “Persona Insistente”. ¿Ya está? ¿Lo que pensaste, o quizá sentiste, tuvo una connotación positiva? ¿O por el contrario, al pensar en “la persona insistente” sentiste algo de rechazo? ¿Tal vez te sentiste identificado?
Veamos dos situaciones donde observemos a la persona insistente: Un individuo ha detectado que en su factura de telefonía celular le cobraron cargos que no correspondían. Logra conectarse con Atención al Cliente. Finalmente logra demostrar que el concepto imputado en la factura es injusto. Le piden disculpas y le prometen un reintegro en la próxima liquidación. No le cumplen, y al mes siguiente, de vuelta insiste con el reclamo. El tema se repite y luego de cinco llamadas, el tema se resuelve. Otra persona quizá ni siquiera hubiera iniciado el reclamo. Alguno otro podría llegar a comenzarlo, pero la burocracia lo termina derrotando sin lograr que se haga justicia. Una amiga llama el sábado a otra amiga para hacer un plan juntas. Quien recibe el llamado, prefiere ese día quedarse en su casa; ya han compartido bastante en los últimos tiempos. La que hizo el llamado, persona insistente, ¿qué hace? Insiste e insiste. Su amiga, de mal modo, acepta salir, pero enojada por dentro por no haberse sentido respetada. Alguien no insistente quizá hubiera respetado el derecho de la amiga a quedarse un día en su casa.
Al “insistente” entonces no lo podemos ubicar siempre en el lugar de “desubicado” o “equivocado”. Lo que no siempre parece sencillo es discriminar cuando desplegar este estilo es saludable. Porque si este modo de actuar nos lleva a ser perseverantes en lo que vale la pena, si nos permite vencer obstáculos y ser decididos para ir hacia la meta, bienvenido sea. En mi caso, alguna vez la insistencia de un amigo para ir hacia un lugar determinado, o para animarme a algo, me ha sido de edificación. Pero…
- Si llega un punto en el que no respetamos la también insistente negativa del otro, nos volvemos irrespetuosos,
- Si las señales, el consejo de otros, nuestro propio sentir, nos muestran que algo no va o quizá terminó, la insistencia ya se transformó en obstinación o terquedad,
- Cuando estamos convenciendo al otro, pero percibimos en su mirada triste que sólo lo hemos manipulado para torcer su voluntad, tengamos la honestidad y la grandeza, para dejar de ser porfiados y llevar a alguien a una decisión que no le es propia.
Amigo, sé insistente y perseverante en la dimensión de la salud. Recuerda que salud y libertad (propia y ajena) siempre van de la mano. Y, por otro lado, cuando quieran insistirte en algo que te dispara un “no” interno, sé valiente y pon un límite. Construyamos vidas y relaciones donde la insistencia se aplique siempre en la dimensión del respeto mutuo.
GUSTAVO BEDROSSIAN |