Supongamos la siguiente situación: alguien muy importante transmite una enseñanza donde hay un concepto principal acompañado de otras ideas valiosas pero que sólo son complementarias de esa enseñanza central.
Frente a esta situación podríamos desplegar diversas reacciones:
- Ese hombre es un farsante y nada de lo que ha dicho es cierto
- El punto central de su mensaje es aceptado y a partir de allí se intenta vivir de acuerdo a las otras enseñanzas que se derivan del punto principal
- Se deja de lado la gran enseñanza y se toma alguna idea suelta de este gran maestro, que combinada con otros principios de vida que nada tienen que ver se construye una ensalada rusa donde todo queda diluido.
¿A dónde voy con esto (especialmente con la última de las reacciones mencionadas)? A estos días de Semana Santa y el modo en que estamos tomando al gran protagonista: Jesús. Creo que, aún sin quererlo, le faltamos el respeto a Jesús cuando fragmentamos sus enseñanzas.
Por ejemplo, vemos su actitud de amor ante los pobres y excluidos. Nos conmueven sus acciones y sus palabras. Entonces nos quedamos con sólo esa faceta de Jesús, excluyendo qué sentido tienen esos comportamientos de Jesús en el marco de su mensaje central.
Lo imaginamos, quizá a partir de alguna película, como un “pelilargo barbudo bonachón”. Compramos la idea de un muchacho bueno e inofensivo que tenía nobles intenciones con sus enseñanzas. Interesante. Repetimos algunas de sus geniales frases. Pero nos olvidamos en qué contexto cobran valor esas enseñanzas.
Quedamos perplejos ante sus milagros. Su poder para generar hechos inexplicables nos hipnotiza. Lo ubicamos en el podio dentro de los “sanadores” destacados en la historia de la humanidad. Pero separamos esos milagros del mensaje principal. Jesús explicó que venía a demostrar con sus milagros, pero recortamos esas ideas, licuando también de este modo su mensaje.
Tenemos todo el derecho para elegir en qué creer o cuánto creer.
Tenemos el libre albedrío.
Pero creo que también sería honesto de nuestra parte, no hacer un recorte arbitrario de las enseñanzas de Jesús y, mucho menos saltearnos su mensaje principal que se recuerda por estos días: la cruz, su muerte y resurrección.
El mensaje de la cruz es la respuesta al dilema de la culpa.
El mensaje de la cruz es la respuesta al tormento del rencor.
El mensaje de la cruz es la respuesta a la búsqueda de libertad.
El mensaje de la cruz es la respuesta al sentido de la vida.
El mensaje de la cruz es la llave para reconciliarnos con Dios no dependiendo de nuestros esfuerzos o buenas intenciones.
Amigo, podés creer o no. Dios nos ha dado ese gran privilegio y esa gran responsabilidad. Pero te pido que tomes esa decisión con todos los elementos en la mesa, conociendo todo el mensaje de Jesús. La decisión es ante el paquete completo. La cruz, de eso se trata, de nuestra decisión ante el mensaje de la cruz.
GUSTAVO BEDROSSIAN