No es muy difícil darse cuenta que estamos a años luz, en cuanto a organizaciones, como sindicatos, obra social, etc., respecto de lo que se podía laboralmente hacer en tiempos de Jesús. Ellos solo se agrupaban por oficios, y de esta manera había barrios de alfareros, carpinteros, etc. Pero, y es muy importante, no abandonaban el trabajo de la tierra porque sabían que finalmente siempre era un recurso que perduraba.
Jesús aprende carpintería porque en su sociedad no se admitía que un hijo no aprendiera el oficio del padre (Mr. 6.3). Se decía que si éste no lo hacía, dejaba a su hijo expuesto a ser un ladrón. Por supuesto los hijos nacían en el marco de una cultura de trabajo. Esto era lo normal, como así también ir a la sinagoga a aprender a leer y escribir desde los cinco a los doce años.
Nuestros sistemas dejan al ser humano en total indefensión. Dependemos hasta para comer o tomar agua. Las grandes ciudades han sido de verdadera utilidad a pocos, la gran mayoría está indefensa; por esto las villas, los asentamientos o las casas tomadas, y sabemos va in crescendo frente a la realidad mundial. Nuestros sistemas nos dejan desamparados.
¿Qué desafíos trae esto a las familias, y a la familia de la fe? Seguramente prepararnos para tiempos difíciles.
En Hechos 2.42 encontramos cuatro cosas que hizo espontáneamente la iglesia naciente:
(1) aprender,
(2) ser comunidad,
(3) compartir el pan
(4) orar.
Cuando se habla de compartir el pan no se refiere a la Cena del Señor. La expresión tiene que ver con que “yo tengo un pan, lo parto y te doy”. Por más difícil que sean estos tiempos, aquellos no fueron mejores.
Nuestra esperanza está en el Señor, pero también en quienes manifiestan seguirle. La fe se desarrolla y cobra vigor en comunidad…
Alberto Guerrero
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