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“Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis; pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy, vosotros no podéis ir. Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:33-35). En este pasaje de la Escritura, Jesús se dirigió a sus discípulos un poco antes de ir a la cruz. ¡Fue una escena increíble! Aquel que era la encarnación del extravagante amor de Dios por toda la humanidad estaba ordenando a sus discípulos que sigan su ejemplo de profundo amor por los demás, especialmente hacia aquellos que pertenecen a la familia de la fe. Por supuesto que este no era un mandamiento únicamente para los que estaban presentes con Él en ese momento, el Señor estaba promulgando este mandamiento para ti y para mí hoy en día.
Nota que la clase de amor a la que Jesús se esta refiriendo no significa simplemente tener afinidad o afecto los unos por los otros. No, el Señor está llamando a Su Iglesia a ser una expresión de amor tan profundo y que va más allá de nuestra capacidad humana natural y que va presentarse como un testimonio innegable de la realidad de Dios. “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre…todo lo soporta. El amor nunca deja de ser” (1 Corintios 13:4-8).
Al recibir este nuevo mandamiento, el apóstol Pedro había asumido que tenía la capacidad inherente de hacer lo que Jesús los estaba llamando a hacer. Le preguntó a Jesús: “Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después” (Juan 13:36).
En otras palabras, Jesús estaba diciendo: “Pedro, ahora no tienes la fuerza para ir a dónde voy. No puedes amar de la manera que Yo amo”. Nosotros también debemos reconocer esta debilidad en nosotros mismos. No puedo amar a la gente de la forma en que Jesús me manda hacerlo, y tú tampoco puedes. Sólo Dios tiene este tipo de amor benevolente que necesitamos. Es sólo cuando el Espíritu Santo viene sobre nosotros -cuando la victoria de Cristo se convierte en nuestra victoria y el corazón de Dios se convierte en nuestro corazón- que podemos cumplir este nuevo mandamiento.
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Que bien explicado y con que sencillez, Dios nos ayude a amar a los demás como El nos amó a nosotros! que descanses hermano, Araceli |
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