Es cierto que, a quien obedece a la ley de Moisés, la circuncisión le sirve de algo; pero si no la obedece, es como si no estuviera circuncidado. En cambio, si el que no está circuncidado se porta según lo que la ley ordena, se le considerará circuncidado aun cuando no lo esté. El que obedece a la ley, aunque no esté circuncidado en su cuerpo, juzgará a aquel que, a pesar de tener la ley y de estar circuncidado, no la obedece. Porque ser judío no es serlo solamente por fuera, y estar circuncidado no es estarlo solamente por fuera, en el cuerpo. El verdadero judío lo es interiormente, y el estar circuncidado es cosa del corazón: no depende de reglas escritas, sino del Espíritu. El que es así, resulta aprobado, no por los hombres, sino por Dios. (Romanos 2:25-29)
Pablo continúa desarrollando el argumento de la culpabilidad del ser humano delante de Dios y en un estilo que se llama “diatriba”, que consiste en argumentar con un supuesto interlocutor, afronta las posibles objeciones que le plantearía un judío, el tener la ley y la circuncisión. A lo que el apóstol responde diciendo que no es el conocimiento sino más bien la práctica lo que te convierte en judío y le da valor a la ley. Si la conoces y no la prácticas no eres -en palabras del apóstol- un auténtico judío, aún más, tu testimonio incoherente hace que las personas se alejen del Señor. Por el contrario, la práctica de lo que la Ley enseña -incluso sin conocerla- hace que esa persona sea un judío de corazón que, al fin y al cabo, es lo que parece contar a los ojos del Señor.
¿Qué sucede cuando aplicamos esto al seguimiento de Jesús? ¿Podría ser que nos encontremos con la misma situación? Es decir, no es el conocimiento de la verdad, sino su práctica, lo que nos convierte en auténticos seguidores del Maestro. El conocimiento intelectual de nada sirve sin una vida que de forma progresiva vaya reflejando más y más el carácter de Jesús en nosotros. Sería para nosotros un autoengaño el creernos inmunes al juicio de Dios porque pertenecemos a una iglesia evangélica, leemos la Biblia, somos duchos en teología y esos otros marcadores exteriores a los cuales solemos darles valor. Sin embargo, el carácter de Jesús no es evidente, nuestros valores, prioridades, perspectivas de la vida se alejan totalmente de las del Señor. Aún más desafiante ¿Qué sucede cuando en aquellos que no conocen a Jesús es evidente su carácter, viven como Él y reflejan más los valores del Reino que aquellos que proclaman seguirle?
Sólo puede añadir, para concluir, que como afirma el propio Jesús, no todo aquel que me llama Señor entrará en el Reino, sólo aquel que hace la voluntad de mi Padre. Es el hacer lo que califica, no el proclamar.
¿Qué ves en tu vida al analizarla a la luz de lo que aquí enseña Pablo?
Felix Ortíz