Palabra de
reconciliación
2Corintios
5:18 y 19 Y todo
esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio
el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando
consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos
encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.
¿Qué viene a tu mente cuando escuchas o lees la palabra “ministro”?
En mi caso asocio inmediatamente
con el cargo público de ministro, funcionarios directamente relacionados con el
poder ejecutivo de gobierno, no electos, y que son designados para cumplir
tareas de dirección en áreas específicas como salud, economía, asistencia
social, etc.
También con el ministro
religioso, que en la experiencia cotidiana se refiere a ancianos, personas con
madurez espiritual y preparación adecuada y que son consagrados también para
cumplir determinadas tareas específicas.
Creo que en el ámbito eclesial,
más allá de los usos y costumbres de cada denominación, podemos afirmarnos en
la definición que nos da Pablo en 1 Corintios:
1Co
12: 4 al 12 Ahora bien, hay diversidad de
dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad
de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones,
pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.
Pero a cada uno le es dada la manifestación del
Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de
sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por
el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro,
el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a
otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.
Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo
Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos
miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo
cuerpo, así también Cristo.
¿Para qué recibe alguien un ministerio?
(Ya sea público en la función de gobierno o en el ámbito
eclesiástico)
La palabra latina “ministerium” equivale a servicio. Ministro es una persona que
realiza un servicio, que asiste o ayuda a otro. En el AT se utiliza la palabra
ministro para traducir la palabra hebrea “mesharet”, refiriéndose a alguien que está al servicio de una persona
importante, generalmente un gobernante o rey[1].
Encontramos por ejemplo mesharet identificando la tarea de Josué al servicio de
Moisés. También referido Giezi, este
conflictivo personaje al servicio de Eliseo.
En Éxodo 28:43 y 39:1 se utiliza también mesharet referido a la labor de los sacerdotes en el templo.
En el NT se traduce el término
griego “diakonos”, equivalente a sirviente, ayudante, servidor. Es la
palabra que aparece en Mt. 22:13 (“los
que servían”), cuando el Señor habla en parábola sobre una fiesta de bodas.
Es la misma palabra que se utiliza en Jn. 2:5, cuando en las bodas de Caná
María dijo “a los que servían: Haced todo
lo que os dijere” El Señor Jesús enseñó: “El que quiera ser el primero
entre vosotros será vuestro siervo [diakonos]” (Mt. 20:26)[2].
Tanto en su raíz hebrea mesharet como en la griega diakono, sin duda el espíritu es el
mismo y quiere llevarnos a pensar en personas que sirven, que se ponen al
servicio de con el objeto de poner a disposición de los demás los dones con que
han sido equipados por el Espíritu Santo.
En cualquiera de los casos,
tanto desde lo secular como desde lo eclesial, la persona que es designada como
ministro lo debería entender como una responsabilidad alejada de la cuestión
jerárquica que lo pone por encima de los otros, sino todo lo contrario estará
al servicio de los demás.
Otra palabra griega asociada a
la tarea de ministro es “uperetes”, que tiene la misma idea de servidor,
pero con una connotación más humilde. Es alguien que está al servicio de otro,
pero sin la dignidad de un gran oficio. Más bien para ayudarle en las cosas
menudas. Es la persona llamada “ministro” en Lc. 4:20 (“Y enrollando el libro,
lo dio al ministro”), que era quien tenía el deber de abrir y cerrar la
sinagoga, sacar la Torá para su lectura y volverla a guardar después, así como
ayudar al principal.[3]
Para quien quiera profundizar en las raíces
griegas, está también Otra palabra es “leitourgos”, equivalente específicamente
a “servidor público”.[4]
En el caso de la cita que usamos en este texto,
cuando Pablo habla en 2 Corintios 5:18 del “ministerio de la reconciliación”,
de las palabras griegas que cité está usando “diakonía” (de donde viene
diákono).5 que tiene traducción como
ayuda, servicio (oficial), quehacer de quien sirve, quien brinda socorro, quien
da ministración, quien distribuye.
Les pido que me disculpen
aquellos a quienes no les interese este análisis desde los textos originales
hebreo o griego; a mí me parece fundamental ya que he encontrado en más de una
ocasión que el desconocer el sentido que el escritor había dado a una
determinada frase, acabo por asumir como cierto lo que la Biblia no dice.
Entonces, entendiendo un poco
más lo que Pablo fue inspirado a escribir, vemos que el haber tenido la
posibilidad de nacer de nuevo y comenzar en nosotros la edificación de una
nueva criatura, según el v17 (no es materia de este estudio, pero también
aprendí analizando el original griego que Pablo habla de un proceso de
construcción del nuevo ser espiritual, que comienza con la decisión por Cristo.
No es un evento instantáneo), se nos asigna la tarea de ministrar (diákonos,
actitud de servicio) este encuentro con el Padre a otros, de modo que puedan
también alcanzar la reconciliación. Esto es facilitar, establecer un puente
espiritual entre el alma y Dios, de modo que por revelación el Espíritu Santo
lleve a esa persona a comprender la enorme verdad de que Jesús vino a este
mundo a reconciliar al hombre con Dios, y que esa posibilidad está abierta
absolutamente a todos los hombres y mujeres de la Tierra.
De modo que servimos y
aderezamos la mesa, como buenos diákonos, para que la mujer o el hombre que
llevan una vida donde no ha estado presente el encuentro con el Padre, puedan
sentarse a compartir la cena con el Señor.
Somos los que sirven, los que
preparan todo, los que acondicionan el lugar, los que generan las condiciones
para que los comensales puedan sentarse a disfrutar de la comida.
¡Cuán lejos está esta metáfora de muchos ministros del Evangelio!
Mujeres y hombres que se han
dejado llevar por su ego, para terminar pensando que una ropa especial, un
púlpito, una actividad ministerial, los separa del resto de los mortales,
asumiendo y aceptando que los demás asuman como cierto que son realmente seres
especiales por haberles sido asignada la tarea de servicio en la que están
involucrados.
Embajadores de Cristo
Dios nos eligió, es cierto, nos apartó para Él, del mismo
modo que los apóstoles lo hicieron según lo que se describe en Hechos 6: 3 “Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a
siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a
quienes encarguemos de este trabajo”.
Sin dudas es necesario que quienes asumimos una
responsabilidad ministerial en cualquier área, hayamos vivido la experiencia de
reconciliarnos con Dios a través de Cristo, lo que incluye el proceso de
reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestro pasado, presente y futuro, con
nuestras familias, con quienes son nuestros próximos.
Debemos además tener la determinación de apartarnos de
toda ocasión de pecado, y buscar cada día la presencia y comunión con el
Espíritu santo.
Dice el versículo 20 de 2 Corintios 5 que es como si Dios
rogase por medio de nosotros. ¿Cuál es el ruego? “Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”
Es así de sencilla nuestra tarea, sea donde fuere que
seamos puestos a cumplir nuestro servicio. Y también así de desafiante.
De modo que no se “tiene derecho” a un ministerio por antigüedad en la congregación, ni
por los estudios cursados, ni por el
apellido que llevemos ni por el deseo que tengamos. Asumiremos espiritualmente la posibilidad de
un ministerio cuando:
·
Nos hayamos reconciliado con el Padre, con
nosotros mismos y con nuestros prójimos por medio de la sangre de Jesús
derramada en la Cruz y el arrepentimiento de nuestros pecados.
·
Tengamos claro cuáles son los dones que al
Espíritu Santo le pareció proveernos.
·
Entendamos que nuestra tarea es servir las
mesas, preparar el camino, acondicionar todo. Diaconía.
·
Tengamos verdadera actitud de discípulos,
sumisos a lo que el Señor nos ordene.
·
Busquemos con verdadera hambre y hasta
desesperación la ministración cotidiana del Espíritu en nuestras vidas.
·
Entendamos que hay un solo mensaje que debemos
dar, y que debe estar en nuestras bocas: “reconciliaos
con Dios”.
¿Estamos
dispuestos?
Si estás leyendo esto que hoy escribo es porque el Señor
al que amamos lo permitió con un fin. Vienen tiempos difíciles, y se nos
perseguirá por anunciar la oportunidad de reconciliación por medio de Cristo.
Este es el tiempo aceptable, no demos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, nada
que permita llevarlos a confusión, que pueda distraerlos del Camino.
Dice Pablo en 2 Corintios 6 que “nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en
tribulaciones, en necesidades, en angustias, en azotes, en cárceles, en
tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en
longanimidad, en bondad, en Espíritu santo, en amor sincero, en palabra de
verdad, en poder de Dios (…)”
Sin dudas esta lista está bastante alejada de lo que
muchas veces pensamos para el ministerio. Aquí no se habla de sitiales de
honor, sino de estar dispuestos, como Esteban, a ser apedreados por el
Evangelio.
Creo que esto que vengo compartiendo hasta aquí es una
“planilla de aptitud” para el ministerio. ¿Pasaremos el examen delante del
Padre? Solamente Él y nuestro corazón lo sabemos con certeza. Lo cierto es que
de asumir una responsabilidad ministerial sin estar aptos, buscando el lugar de
honra solamente para darle espacio al ego, cometeríamos un error que puede
hacer que muchas almas se pierdan, además de desperdiciar nuestra propia vida.
Dios nos bendiga, nos fortalezca, nos prepare.
HÉCTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
[1]
Lockward, A. (1999). En Nuevo diccionario
de la Biblia (p. 709). Miami: Editorial Unilit.
[2]
Lockward, A. (1999). En Nuevo diccionario
de la Biblia (p. 709). Miami: Editorial Unilit.
[3]
Lockward, A. (1999). En Nuevo diccionario
de la Biblia (p. 709). Miami: Editorial Unilit.
[4]
Lockward, A. (1999). En Nuevo diccionario
de la Biblia (p. 709). Miami: Editorial Unilit.
5 Diakonía, Nueva
Concordancia Exhaustiva de la Biblia escrita por James Strong (Strong 1249)