EL PODER DE LA PRESENCIA DE JESÚS
No puedo hablar por otros pastores, solo puedo hablar de lo que conozco. Y por cincuenta años, he predicado a algunos de los pecadores más endurecidos y malos sobre la tierra: drogadictos, alcohólicos y prostitutas. Sin embargo, te digo, estos pecadores son mucho menos resistentes a la verdad del evangelio que muchos de los que se sientan en la iglesia y están ciegos a su condición.
Miles de personas que asisten a la iglesia regularmente a través de toda América están más endurecidos que cualquier persona de la calle. Y ningún evangelio suave, de palabras dulces y verdades a medias va a derribar los muros de su maldad.
Saulo de Tarso era tal tipo de hombre religioso endurecido. Un Fariseo entre Fariseos, un personaje honorable en una sociedad altamente religiosa, Saulo lo tenía todo. Entonces, ¿fue Jesús a este hombre tomando una encuesta, preguntándole que le gustaría ver en un servicio en la sinagoga?
¡No! Saulo fue derribado a tierra por una luz cegadora, una explosión de la presencia de Cristo. Fue un encuentro confrontacional y penetrante que expuso el corazón de Pablo, señalándole su pecado. (Véase Hechos 9:1-9).
Como un ministro del evangelio de Cristo, debo hacer lo mismo. Es mi obligación convencer a hombres y mujeres de su pecado. Debo advertirles del peligro que les espera si continúan en su manera de vivir. Y ninguna cantidad de adulación, o sutileza, o tratar de caerles bien puede cambiar su condición.
En palabras claras, estoy llamado a guiar a la gente a que dejen todo para seguir a un Cristo a quien encuentran poco atractivo. Solo el Espíritu Santo en mi puede lograr eso. “Porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27)
No confundan lo que estoy diciendo aquí. Yo predico la misericordia, gracia y amor de Cristo a toda la gente, y lo hago entre lágrimas. Pero lo único que va a perforar los muros erigidos por personas endurecidas es una explosión de la presencia de Jesús. Y eso tiene que proceder de las bocas de pastores y feligreses contritos y en oración.
DAVID WILKERSON