Comenzó este día. ¿Cuál fue la primera frase que salió de tu boca?
Por supuesto, estamos hablando luego del ya clásico “¿Cómo? ¿Ya sonó el despertador? Si recién me acosté. Quiero dormir un ratito más” (algo de eso me han contado que la gente suele expresar por las mañanas…).
¿Qué declaraste con respecto a este día?
¿Qué tipo de comentarios prevalecieron en tus labios durante el día de ayer?
¿Y qué estás declarando con tus palabras acerca del futuro?
Lo que abunda en nuestro corazón es lo que determina nuestra forma de hablar. Lo que expresamos en la vida cotidiana y lo que nos decimos a cada momento refleja nuestras principales creencias.
Nos estamos hablando todo el tiempo. Así, como también recibimos comentarios todo el tiempo. Y si bien aquello que nos dicen tiene su peso, coincido con Joyce Meyer, cuando en su libro ¡Esta boca mía!, dice al respecto:
“No hay palabras que tengan mayor autoridad
en nuestra vida que las nuestras”.
Lo que nos decimos sana o quebranta nuestro espíritu.
Lo que nos decimos nos lleva hacia delante o nos paraliza.
Lo que nos decimos abre caminos de esperanza o nos condena.
Presta atención a lo que esta autora señala sobre la conexión entre nuestras palabras y nuestro futuro:
“Las palabras también son semillas.
Sembramos semillas de palabras y cosechamos de acuerdo a ellas…”
“Profetizar nuestro futuro es literalmente
declarar desde el comienzo
lo que ocurrirá al final…”
“Si usted está cansado de las cosas viejas,
ya deje de repetirlas.
¿Quiere cosas nuevas?
Comience a hablar de cosas nuevas”.
Cree y declara palabras de fe. Actúa con fe. No vivas prestándole atención a lo malo de tu pasado o de tu presente, sino a las nuevas cosas que Dios quiere hacer en tu vida. Abre nuevos caminos con tus labios. En lugar de hablar tanto acerca de tus problemas, háblale a tus problemas sobre la Grandeza de Dios. Habla de tus sueños. Declara, confiesa y proclama palabras de esperanza en este día. Tu espíritu, tu alma, tu cuerpo y tu entorno estarán agradecidos.
GUSTAVO BEDROSSIAN