Mentalidad de cliente. Sobre esto quiero que reflexionemos esta semana.
Una definición de “cliente” que encontré en Internet expresa lo siguiente: “Persona que utiliza los servicios de un profesional o de una empresa, especialmente la que lo hace regularmente”.
“Persona que utiliza los servicios…”.
Así comienza la definición: “Persona que utiliza los servicios”.
Soy cliente regular de ciertos servicios. Y ocasionalmente consumí algún servicio o realicé compras en determinados lugares. Voy, pago, me llevo lo que necesito y punto. Por ejemplo, fui a comprarme un pantalón. Los varones somos muy sencillos a la hora de comprar. Ingresé a un negocio, me atendió un hombre de muy mala gana. No tardé mucho en retirarme. Pensé: “Bueno, también pobre hombre, se nota que hace mucho debe estar con este negocio”. Luego entré a otro comercio. Me atendió un señor quien, me contó que hace 40 años maneja su negocio. Con excelencia, entusiasmo, paciencia y una atención como si fuera a comprar todo el local, me orientó. Tenía algo que me iba bien (no hay mucha ciencia para un hombre en la compra de un pantalón), compré, le estreché la mano y me fui. Quizá vuelva algún dí a a este lugar cuando necesite algo, pero no tendré una relación diaria con este buen hombre. El cliente consume y luego se va. Listo.
Pero no es del todo saludable cuando tenemos “mentalidad de cliente” en otros ámbitos de la vida. Veamos tan sólo algunos ejemplos:
- Mi pareja no me brinda los “servicios” que pretendo y me voy
- Voy a una iglesia, no me brindan los “servicios” que pretendo y me voy
- Algún amigo en este momento no me brinda los “servicios” que pretendo y me voy.
No siempre es sencillo correrse de la “mentalidad de cliente” cuando por todos lados escuchamos o leemos cosas tales como “Aléjate de la gente que no te suma”, “Busca conectar con aquellos que te abren puertas”, “Lo único importante es hacer aquello quete hace sentir bien”…
Niños. Nos hemos convertido en niños consumistas. Lo espiritual no se escapa de este estilo de afrontamiento y allí estamos consumiendo la espiritualidad del bienestar: todo se trata de sentirnos bien. Decimos que nos interesaría conocer cuál es nuestra misión, pero no movemos ni un solo dedo para encarar este tema. Lo que sí haremos estará en la línea de nuestra propia satisfacción espiritual.
¿Estaremos a tiempo de madurar y aceptar que crecer implica pagar un precio?
¿Estaremos a tiempo de constuir vidas y relaciones comprometidas?
¿Podrá ser éste el tiempo, podrá ser éste el día en que dejemos de ser “clientes” buscando que nos sirvan, que atiendan a nuestras pretensiones caprichosas a cada instante?
¿Nos quedaremos en alguna relación o en algún lugar en el momento que no nos den lo que estamos pidiendo?
No caigas en la trampa de buscar a cada instante la felicidad. Crece. Sé un servidor. Acepta los altibajos que se dan en todas las relaciones. Y una buena noticia: por ese camino indirecto, ahí sí te encontrarás con una vida feliz.
GUSTAVO BEDROSSIAN