La
Iglesia frente al desafío del cáncer
¿Estamos preparados para
acompañar al paciente?
¿Podemos aportar herramientas
para prevenir la enfermedad?
Hace tiempo que me doy permiso de escribir de cuestiones sobre los que
mucho no se habla en la Iglesia; esta es sin dudas una de ellas: la actitud de
la fe frente al cáncer y frente al paciente oncológico.
Hay preguntas que he necesitado hacerme para encontrar respuestas,
pensando en las personas que hoy sufren la enfermedad y en las más de 13
millones que según la OMS la padecerán en los próximos 15 años solamente en
Argentina. Se estima que para 2030 el número de casos aumentará un 62% en
Latinoamérica.
¿ESTAMOS PREPARADOS COMO IGLESIA PARA DAR RESPUESTAS?
Pablo Deiros escribió: “El propósito de la vida y misión cristiana es sanar a las personas para
que ellas desarrollen sus vidas en toda su plenitud y con todo su potencial”.
Pensar
en “vidas en plenitud” me lleva a ver la integridad del ser humano: cuerpo,
alma y espíritu.
Uno aprende que no hay enfermedades sino enfermos. De modo que no puede
hablarse de soluciones masivas o únicas, sino que hablar de salud y enfermedad
es atender a cada persona individualmente, y hay tantas posibilidades de ayuda
como pacientes. En palabras de Deiros, esa es nuestra tarea. La obra ya está
hecha en la Cruz hace dos mil años. La Iglesia es su ministradora. Somos
portadores de un mensaje de sanación, de esperanza; una puerta que se abre
frente al desafío del padecimiento.
LA LLAVE
La Resurrección de Cristo es la llave que abre esa puerta, porque es la
victoria de la vida sobre la muerte. Es también la herramienta que tenemos que
usar para asistir al enfermo sufriente.
Pasar al enfermo por la Cruz es también ser sensible a su necesidad,
contribuir a aliviar el dolor del cuerpo y también del alma.
Como comunidad, estamos para ayudarlos, para ponernos en su piel, para
acompañarlos, para llevarles esperanza, para ofrecerles salvación.
Son gritos, muchas veces silenciosos pero que están allí, a las puertas de
nuestros oídos espirituales. Gritos de soledad, de abandono, de pérdida de
voluntad de seguir, de desesperanza, de miedo al final.
El desafío de la
nueva evangelización pasa, en gran medida, por la asunción de estos nuevos
gritos de abandono.
Aprendí que no hay sanación integral (cuerpo-alma-espíritu) sin
salvación. Y que la sanación del cuerpo o del alma involucra muchas veces un
proceso de liberación de maldiciones espirituales que vienen arrastrándose de
generación en generación destruyendo y solo destruyendo.
Creo que muchos cristianos viven una fe cristiana sin resurrección. Esta
fe se queda en el Cristo sufriente, cuya experiencia de vida termina en la
cruz.
No hay resurrección y entonces no hay esperanza, convirtiéndose como
decía Pablo, en una fe vacía y sin sentido.
Un ministerio que acompaña al enfermo pero que no lo desafía al cambio
de dirección, a la conversión como proceso, que no termina desencadenando su
liberación, su salvación y como consecuencia de eso en sanidad.
AYER, HOY Y POR LOS SIGLOS
Ese Jesús que relatan los Evangelios haciendo milagros increíbles de
restauración de la salud sigue vivo hoy en día y como lo prometió, está aquí en
medio de nosotros, hoy también puede restaurar tu salud o la mía.
La enfermedad es una posibilidad para llegar a una
transformación más profunda de las personas. Desde este punto de vista, la
restauración de la salud no es un fin en sí mismo.
Y el proceso de
encontrar una vida más saludable exige un radical cambio de perspectiva de
vida, que se consigue con el esfuerzo de pacificar la propia historia, una
búsqueda profunda de la Paz en todo el ser, y un profundo proceso de
reconciliación con Dios y con los hombres como camino hacia la sanidad.
El encuentro que
estas actitudes de vida generan en la persona constituye un verdadero milagro
divino, mucho más grande que si ante la imposición de manos un tumor canceroso
se remite o desaparece.
EL CÁNCER NO ES
EL FIN
El cáncer no es
el fin sino un camino hacia una oportunidad de vida. Aquello que aterrorizó al
hombre del siglo XX y que sigue llenando de miedo y preocupación al del siglo
XXI, se constituye hoy en un puente de comunicación hacia Dios. Una forma
profunda de entender la Resurrección como el punto culminante y central de la
fe.
Dios lo es todo.
Y en su Amor, abre caminos de sanidad integral.
Así la enfermedad, me permite estar más cerca de su Presencia, y me da
la oportunidad de encontrar en el camino la sanidad del cuerpo, la restauración
y salvación de mi alma.
HECTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
Este artículo fue publicado en la revista La Fuente de Paraguay. (Desde allí se distribuye en toda la América
hispana) del mes de mayo de
2016. Puede ver el número completo en:
http://www.mazdigital.com/webreader/38779