Aunque la higuera no vuelva a echar brotes
y las viñas no den más frutos.
Aunque el olivo olvide su aceituna
y los campos no den cosechas.
Aunque se acaben las ovejas del redil
y no queden vacas en el establo,
yo exultaré en el Señor.
Me gloriaré en Dios mi salvador.
El Señor soberano es mi fuerza,
Él me da piernas de gacela
y me hace caminar por las alturas.
Hab 3,18/19
MI ESPERANZA
Rezaba yo un Viernes Santo la oración de Laudes, y en ella di en leer este bellísimo himno del profeta Habacuc que casi había olvidado. Detuve mi atención en las estrofas que consigno arriba, que enseguida me remontaron a mi situación actual.
Me pregunté entonces: si el invierno ha llegado a mi vida —como me es obvio—, con su carga de miseria, debilidad y dolores, cuya metáfora veo en la primera estrofa, ¿cómo podría afirmar yo que “me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas”?, sobre todo ante la experiencia de que mis fuerzas son escasas y mi andar tan lento y difícil.
Sin embargo, una idea que creo que fue una luz que me llegó de lo alto, me hizo ver que también esto último es una metáfora, y no se refiere a la mera realidad terrena sino a la “fuerza” para afrontar esas duras realidades, que Él Señor proporciona a quien le entrega el corazón, y a la agilidad que imprime al espíritu para llegar a su presencia y andar “por las alturas”.
Una vez más la Escritura me ofrecía la posibilidad de meditar las verdades del Señor, y agradecer, alabarlo, y darle gloria. Y comparé mi realidad con la de tantas personas en mi situación, tantos hombres y mujeres, ancianos, que he conocido, que viven renegando de sus miserias y limitaciones, y hasta reclaman airadamente a Dios por su “injusticia”, y veo que en verdad, el Señor ha hecho en mí maravillas, (por usar las palabras de la Santísima Virgen), dándome el conocimiento de sus obras; enseñándome a ver que en verdad “los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”(Sal 19 1/2). Y esto lo hizo valiéndose de la fe que me regaló por pura complacencia y misericordia, por medio de su Espíritu, que “nos enseña todo y nos recuerda lo que Jesús nos dijo” (cf Jn 14, 26).
Si mi cuerpo no responde ya a mis exigencias y mi estado físico no me es agradable; si mis palabras ya no merecen la atención de los jóvenes y tantos amigos se han ido ya a la casa del Padre, presentir cada vez más cerca la meta deseada: el encuentro definitivo y eterno con mi Dios y Señor y con todos los que amé, me hace sentir compensado; bien pagados mis años.
Por eso puedo proclamar en voz bien alta, que estoy feliz y agradecido de poder “gloriarme en Dios mi salvador, que me hace caminar por las alturas” de la dulce esperanza.
nfb