Qué alegres y dichosos deben sentirse, Señor, quienes, al considerar su propio yo, no descubren en sí mismos nada digno de mención. No sólo no atraen la atención de los demás, sino que tampoco tienen deseo ni interés egoísta alguno en atraer la atención de sí mismos. No destacan por sus virtudes ni tienen que llorar grandes pecados; tan sólo ven su mediocre debilidad e insignificancia; pero una insignificancia que está oscuramente llena, no de ellos mismos, sino de tu amor, ¡oh Dios! Ellos son pobres de espíritu que albergan en su interior el reino de los cielos, porque ya no son importantes ni siquiera para sí mismos. Pero en ellos brilla la luz de Dios, y ellos mismos, y todos cuantos la ven, te glorifican, ¡oh Dios!