REFLEXIÓN VIERNES 19 DE AGOSTO DE 2016.
“Enderezándose
Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde
están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?11 Ella dijo: Ninguno,
Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques
más.” Juan 8: 10-11
Traen, los escribas y los fariseos, ante el Señor Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Se la presentaron, denunciaron
su falta y le preguntaron, para tentarle, ¿qué se debía hacer con ella, si la Ley de Moisés
ordenaba apedrear a tales mujeres?
Estos conocedores de la Ley, no buscaban la justicia, solo querían tenderle una trampa al Señor Jesús.
Si Él proponía que se tuviese clemencia con la mujer, entonces estaría en conflicto con la Ley.
Pero si aprobaba que la mujer fuera apedreada hasta la muerte, tal como
lo prescribía la Ley de Moisés, entonces estaría en contradicción con
su propio mensaje de
gracia,
de perdón,
de amor
y de
misericordia.
JESÚS,
en vez de responder, se agachó y escribió con el dedo en la tierra.
Después se levantó y dijo algo que enfrentó de inmediato
a los acusadores, ante el tribunal de su propia conciencia: “El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella.”
Ante este desborde divino de amor, misericordia y amor, la muchedumbre se retiró confundida.
Bien lo dice el refrán popular:
–Fueron por lana y salieron trasquilados-
Sólo
la mujer permaneció en la presencia de Jesús. Él no aprobaba lo que
ella había hecho, pero no la condenó. Al contrario, la animó a no volver
a pecar. Le abrió
el camino de la liberación del dominio del pecado:
“Mujer donde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?”.
Juan 8:10b. Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo:
“Ni yo te condeno, vete, y no peques más.”
Juan 8:11.
¿Cuál habría sido tu veredicto en esta situación?
estarían llenas de piedras tus manos ó se extenderían llenas de amor y bondad, saturadas de perdón.
JESÚS, en la cruz del Gólgota,
llevó todos nuestros pecados, mostrándonos la gravedad de nuestro
pecado, ante los ojos de Dios. Pero, gracias a su sacrificio en la cruz,
Dios nos ofrece un perdón completo y gratuito.
La sangre de Cristo
es el perfecto y único remedio para borrar todas nuestras faltas.
¿Ya te presentaste hoy ante Él?
Disfruta de ese perdón y esa paz, que solo Él te puede brindar.
ORACIÓN
“Soberano Dios y Padre Celestial: “Por la muerte de tu amado Hijo en la cruz, fui
reconciliado contigo. Él
sufrió, en mi lugar, la condenación que yo merecía. No menosprecio tu
amor y hoy te confieso todos mis pecados, porque solo
tú eres fiel y justo para perdonarme y limpiar toda mi maldad. Hoy con
mi boca y creyéndolo en mi corazón, te reconozco mi SEÑOR JESUCRISTO,
como mi Único y Suficiente SALVADOR. Sé tú, oh Cristo, EL SEÑOR de mi
vida y lléname de tu Santo Espíritu, para caminar
conforme a tu voluntad, lavado con tu preciosa sangre.”Amén y Amén.
¡FELIZ FIN DE SEMANA!
ARBEY SERNA ORTIZ