Y un día ella le habló…
Y un día ella le habló a él, a su esposo, con quien lleva muchos años
de estar casados. Él le había fallado. Tomó mucho tiempo comenzar a
sanar la herida. Él ya no era el mismo. Una fuerte experiencia
cristiana lo fue convirtiendo en otro hombre. Ella lo iba estudiando,
mirando de reojo, con un natural temor. Él siguió mejorando.
Y un día, ella tomó la decisión de perdonarlo. Pero, los tiempos de la
voluntad no coinciden siempre con los tiempos de la sanidad. La
restauración del alma requiere de procesos más largos (a veces,
laberínticos). Aunque el temor no desaparecía del todo, ella continuaba
afirmándose en su decisión de perdonar.
Y un día, ella tuvo una idea. Una idea que él desconocía, porque ella
experimentaba trabas para expresarla. Quería proponerle que se
conviertan nuevamente en novios; comenzar de nuevo. Y me lo contaba a
mí, pero no se lo podía proponer a él. Lógicos miedos, las trabas que
va construyendo la distancia, el orgullo y el instinto de
autoprotección: todo se complotaba para que no pudiera dar ese paso.
Pero, un día ella habló.
Y hablar fue liberador para ella.
Y escuchar fue restaurador para él, quien transita su propio proceso para terminar de perdonarse.
Y allí están, con miedos a cuestas, transitando su nuevo noviazgo.
Con permiso de los
protagonistas, es que hoy estoy aquí hablando sobre ellos. ¡Cuánto
celebro al presenciar los reales procesos de restauración y nuevas
oportunidades! Estoy siendo testigo privilegiado de cambios, algunos te
diría milagrosos.
También soy testigo de cómo algunos sostienen algunos procesos
difíciles con valentía, creciendo, y aún no viendo los resultados que
desearían.
Y, por supuesto, también veo la necedad de algunos que persisten en caminos que sólo conducen a su propia destrucción.
Ahora bien, quiero que nos quedemos en la frase que repetí: “Un día ella habló”.
Su esposo expresó con emoción: “¡Cuánto poder puede tener una palabra!”.
Y también quiero decirte, amigo querido: ¡Cuánto poder hay en una palabra!
Expresar te libera. Guardar la palabra te ata.
Hay conversaciones que están en aguardando por una decisión tuya.
Hay milagros de parte de Dios que están trabados por tus propias trabas.
Hay personas que pueden ser sanadas por tu coraje a la hora de iniciar ese diálogo necesario.
Hay procesos difíciles que pueden comenzar a partir de confesar algo
que estaba retenido. Pero nunca serán tan difíciles como los que habrás
de atravesar si retienes aquello que está escondido.
Hay sanidad para tu vida tan sólo a la distancia de una charla auténtica y comprometida.
No te desatarás sólo. Las
cosas no han de fluir. Cuánto más tardes, mayor será la dificultad. No
tendrás todo claro antes de comenzar a hablar. Tan sólo es necesario
tomar la decisión y dar el primer paso.
Y también podrás decir, como muchos hoy expresan con alegría: “Un día, sí, un día, yo también hablé”.