¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El pasaje bíblico que hemos escuchado (1 Ped 1,18-21) nos habla de la misericordia de Dios que se lleva a cabo en la Redención, o sea en la salvación que nos ha sido donada con la sangre de su Hijo Jesús. La palabra “redención” es usada poco, no obstante es fundamental porque indica la más radical liberación que Dios podía cumplir para nosotros, para toda la humanidad y para la entera creación. Pareciera que el hombre de hoy no amase más pensar en ser liberado y salvado por la intervención de Dios; el hombre de hoy se ilusiona de hecho con la propia libertad como una fuerza para obtener todo. También hace alarde de esto. Pero en realidad no es así. ¡Cuántas ilusiones son vendidas bajo el pretexto de la libertad y cuántas nuevas esclavitudes se crean en nuestros días en nombre de una falsa libertad! Tantos esclavos, tantos… “hago esto porque quiero, tomo drogas porque me gusta, soy libre, o hago otras cosas…” ¡Son esclavos! Se convierten en esclavos en nombre de la libertad. Todos hemos visto ese tipo de personas, que después terminan por los suelos. Tenemos necesidad de que Dios nos libre de toda forma de indiferencia, de egoísmo y de autosuficiencia.
Las palabras del apóstol Pedro expresan muy bien el sentido del nuevo estado de vida al que estamos llamados. Haciéndose uno de nosotros, el Señor Jesús no solamente asume nuestra condición humana, sino que nos eleva a la posibilidad de ser hijos de Dios. Jesucristo, Cordero sin mancha, con su muerte y resurrección ha vencido a la muerte y al pecado para liberarnos de su dominación. Él es el Cordero que ha sido sacrificado por nosotros, para que pudiésemos recibir una vida nueva hecha de perdón, de amor y de alegría. Tres palabras hermosas: perdón, amor y alegría. Todo aquello que Él ha asumido ha sido también redimido, librado y salvado. Cierto, es verdad que la vida nos pone pruebas y a veces sufrimos por esto. Sin embargo, en esos momentos estamos invitados a dirigir la mirada hacia Jesús crucificado que sufre por nosotros y con nosotros, como prueba cierta de que Dios no nos abandona. De todas maneras, jamás olvidemos, que en las angustias y en las persecuciones, así como en los dolores cotidianos, somos siempre liberados por la mano misericordiosa de Dios que nos eleva hacia Él y nos conduce a una vida nueva.
El amor de Dios no tiene confines: podemos descubrir signos siempre nuevos que indican su atención hacia nosotros y sobre todo su voluntad de alcanzarnos y de adelantarnos. Toda nuestra vida, si bien marcada por la fragilidad del pecado, está colocada bajo la mirada de Dios que nos ama. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura nos hablan de la presencia, de la cercanía y de la ternura de Dios por cada hombre, especialmente por los pequeños, los pobres y los atribulados! ¡Dios tiene una gran ternura, un gran amor por los pequeños, por los más débiles, por los descartados de la sociedad! Mientras más nos encontramos en la necesidad, su mirada sobre nosotros se llena de más misericordia. Él prueba una piadosa compasión por nosotros porque conoce nuestras debilidades. Conoce nuestros pecados y nos perdona; ¡siempre perdona a un corazón contrito!
Por eso, queridos hermanos y hermanas, ¡abrámonos a Él, acojamos su gracia! Porque, como dice el Salmo, «con el Señor está la misericordia / y grande es con él la redención» (130,7).
Papa Francisco (Audiencia General 7/9/16)