La oveja perdida
(Mt. 18:12-14)
Años
atrás escuchábamos reiteradamente explicaciones de este texto.
Generalmente tenía una aplicación de ir tras el perdido y para eso hace
falta dejar las noventa y nueve. Como
lo correcto es analizar el texto en el contexto (en este caso todo el
capítulo), no es difícil notar que, primero se señaló que no debo ser
causa de que un hermano/a se desvíe (escándalo), pero que si se desvía,
la comunidad debe priorizar la atención a aquél que está en conflicto.
El hecho de que el dueño (él o los responsables) de las ovejas las dejen
circunstancialmente, no significa que el resto de la manada no hace
nada. De alguna manera deben ser parte de la preocupación de que una se
ha extraviado y eso es lo realmente urgente. El tiempo de desatención
que sufrirán bien vale la restauración de quien se dispersó.
Esto
no es tan fácil de lograr. Hay ovejas muy “celosas” y que demandan
atención constante aunque jamás se han de preocupar por el resto.
Incluso jamás han de mirar al costado a ver si alguien está más
necesitado que él. Tendemos a apreciar la vida congregacional, nos tiene
en el centro y nos transformamos en lo más importante.
Para
contrarrestar esto surge la idea de que el vivir una sana relación con
Dios, incluye el servicio al otro. Porque hasta que no descubro lo que
pasa en la vida de mi hermano/a, no tomo conciencia de que el
sufrimiento, la lucha, y las lágrimas, son algo para ser compartidos.
¡Solos no podemos…! ¡Porque nadie se enferma o se sana sólo…!
La
familia de Dios fue gestada con características de ida y vuelta. La fe
se desarrolla en comunidad, donde lo más importante no son las
categorías que los humanos le dan, sino el servicio como expresión del
reconocimiento del perdón recibido. Al fin, una congregación no es más
que un grupo de personas que reúnen una única condición: ¡ser pecadores
perdonados…!
Si
nos preguntan ¿cuál es tu currículum de cristiano? La respuesta
empieza por decir: ¡Yo, pecador arrepentido…! Después a partir de ahí,
Dios comenzó a ser el alfarero… A veces no lo dejé trabajar tranquilo…
Pero Él se tomó su tiempo…
¡Habrá que preguntarse si dejamos que Dios trabaje en nosotros…!
Pastor Alberto Guerrero