La luz de la vida
Cuando nos casamos, mi esposo y yo fuimos a vivir a nuestra primera casa, pasó bastante tiempo hasta que nos fue posible tener luz eléctrica en la zona en la que vivíamos. Apenas terminamos la mudanza,
hicimos los trámites necesarios para tenerla, nos explicaron que no sería muy pronto, que deberíamos ser muy pacientes, ya que aún no había postes ni cableado en el lugar. Después de casi dos años de iniciarlos y de tan larga espera lo logramos al fin.
Luego de unos meses, se mudó al terreno lindero un matrimonio joven que tenía un bebé, quienes al igual que nosotros iban a formar parte del grupo de los primeros pobladores de ese barrio naciente que iba creciendo y progresando.
Ellos no tenían luz y nosotros ya sabíamos por experiencia propia que les iba a llevar mucho tiempo tenerla. Lo conversamos con mi esposo y al día siguiente nos acercamos a hablar con ellos para ofrecerles compartir la luz de nuestra casa, hasta que la compañía eléctrica se la conectara en su casa.
Los visitamos con la intención de conocerlos y colaborar con ellos asesorándolos, sobre cómo y dónde tendrían que gestionar los trámites necesarios para solicitar el servicio y de esa manera tener su
propia conexión eléctrica.
Mientras recordaba esto vino a mi memoria el versículo de Juan 8:12 que dice:
“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; él que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”
Jesús era la luz del mundo y vino a ofrecernos su luz, a decirnos que si le seguimos no andaremos en tinieblas.
Nosotros hemos aceptado y Él nos ha dado su
luz. Ahora ya no estamos perdidos en este mundo sin saber qué hacer ni a quién recurrir, porque él nos ha dado su luz, que es la luz de la vida. Esto implica una responsabilidad que no podemos eludir.
Nos dice Mateo 5:16
“Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”
Hay muchas personas que aún necesitan encontrar esa luz, no podemos ni debemos ocultarla, porque es la luz de la vida. Dios nos permite ser portadores de esa luz y somos responsables de darla a quienes aún no la tienen, de hacerla brillar en nuestra vida con
nuestros actos, manera de conducirnos, de hablar, de trabajar, etc. Aquellos que tenemos la luz del Señor debemos compartirla con quienes no la tienen, podemos transmitirles el mensaje de Dios.
Para poder hacerlo, la luz de Cristo debe brillar en nosotros, reflejándose en todo lo que hacemos y honrando al Señor con nuestras palabras. Nuestro vocabulario debe ser amable y agradable a los oídos. Como leímos en Mateo 5:16. En todo lo que hacemos
debemos glorificar a Dios. Esa es la manera en que
debemos compartir esa luz.
No la guardes ni la escondas, compártela.
|