Como tantas colonias italianas que para aquel entonces se instalaron en Argentina y otras regiones de América, esta comunidad constituía un verdadero mundo en miniatura, autosuficiente y desconocido para la sociedad que lo rodeaba. Pero Roseto tenía algo peculiar: sus pobladores gozaban de una salud asombrosa. De hecho la mayoría de ellos eran longevos, alcanzando los cien años y más. El doctor Stewart Wolf, interesado en investigar este extraño fenómeno, sometió a los habitantes de Roseto a estudios médicos; y quedó atónito ante los resultados obtenidos. Mientras los infartos eran una epidemia en Estados Unidos para finales de la década de 1950, en aquel pueblo prácticamente nadie menor de cincuenta y cinco años había muerto de infarto ni mostraba síntoma alguno de afecciones cardíacas. Para varones de más de sesenta y cinco, la tasa de mortalidad por enfermedades cardiovasculares era aproximadamente la mitad de la media estadounidense, y la tasa de mortalidad absoluta en Roseto era entre un 30 y un 35 por ciento más baja de lo esperado.
Lo interesante de esta historia, sin embargo, se encuentra en la búsqueda del doctor Wolf, intentando descifrar por qué los rosetinos gozaban de tan buena salud. En una primera instancia el doctor intuyó que la clave residía en sus hábitos alimenticios. Pero para sorpresa de Wolf, hasta un 41 por ciento de las calorías que los rosetinos consumían ¡provenían de las grasas! Roseto tampoco era un lugar donde la gente se levantara al amanecer para hacer yoga y correr diez kilómetros. Si la explicación no la daba ni la dieta ni el ejercicio, seguramente había alguna cuestión genética interviniendo. Wolf rastreó a parientes de los rosetinos que vivían en otras partes de los Estados Unidos, para ver si compartían la misma salud de hierro que sus primos de Pensilvania. Pero no era el caso. Finalmente observó el factor climático.
¿Habría algo especial en aquellas colinas de Pensilvania? El doctor repasó los registros médicos de las dos poblaciones más cercanas a Roseto. Para varones de más de sesenta y cinco años, los índices de mortalidad por enfermedades cardiovasculares en dichos pueblos ¡triplicaban los de Roseto! Mismo clima, mismo tamaño de pueblo… resultados distintos. Si la causa de la longevidad de los rosetinos no era su alimentación, ni su genética, ni su entorno climático, ¿dónde estaba entonces el secreto?
A esta altura de su investigación, Wolf empezó a comprender que el secreto tenía que ser Roseto mismo. Y caminando por el pueblo el doctor entendió el por qué. Cito palabras textuales de Wolf:
“Recuerdo la primera vez que estuve en Roseto y vi las comidas familiares de tres generaciones, todas las panaderías, la gente que paseaba por la calle, que se sentaban a charlar en los pórticos, los telares de blusas donde las mujeres trabajaban durante el día, mientras los hombres sacaban pizarra de las canteras… era algo mágico”
En Roseto los vecinos se visitaban unos a otros. Wolf observó cuántas casas tenían tres generaciones viviendo bajo el mismo techo, y el respeto que infundían los viejos patriarcas.
También contó veintidós organizaciones cívicas en una localidad que no alcanzaba los dos mil habitantes y reparó en el rasgo distintivo que era el igualitarismo de la comunidad. Según la creencia convencional de aquel tiempo, la longevidad dependía de los genes y de las decisiones personales que cada individuo adoptara. ¡Pero nadie estaba acostumbrado a pensar en la salud en términos comunitarios! A la hora de dar con las claves del éxito, Wolf tuvo que abandonar sus preconceptos individualistas y abrazar un paradigma que mirase más allá del individuo, un paradigma comunitario.
La Biblia no es un libro de ciencia, pero su cosmovisión nos ayuda a gozar una salud integral y una vida larga. El quinto de los famosos diez mandamientos de Dios es “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen…” (Éxodo 20:12) ¿Tendrá la longevidad algo que ver con nuestra manera de relacionarnos con los demás? ¿Tendrá algo que ver con la familia? ¿Qué es lo que mata al ser humano? ¿La obstaculización de sus arterias o de su capacidad de amar y ser amado? ¿Será Roseto la pequeña muestra terrenal de un ideal celestial? Obedecer los mandamientos divinos ¿beneficia a Dios o nos beneficia a nosotros?
Vivimos en un entorno demandante, competitivo y estresante. La presión del sistema muchas veces nos lleva a aislarnos y a conceptuar el éxito egoístamente. Y aparecen los roces, la envidia, los rencores, la amargura, la rebeldía, la guerra generacional, la soberbia, la competencia, la división, la avaricia, los deseos de venganza, la discriminación, las calumnias, la explotación, los celos, la ansiedad, el odio… y la muerte. En el fondo pensamos “mientras yo esté bien, ¿qué importa que alrededor mío todo se desmorone?”. Y todos perecemos prematuramente, juntos, en el mismo naufragio. La cosmovisión bíblica dice “procuren la paz (salud integral) de la ciudad, porque en ella van a tener paz ustedes…” (Jeremías 29:7). Pero preferimos seguir nuestros propios libretos. Procuramos lo personal por encima de lo comunitario. Somos expertos en autoboicotearnos. La cosmovisión bíblica también nos exhorta a mirar bien con quién caminamos en la vida. En Roseto el doctor Wolf descubrió lo que los sabios judíos habían entendido hace varios siglos atrás: que los valores del mundo que habitamos y la gente de la que nos rodeamos ejercen un profundo efecto sobre quiénes somos. Podríamos cambiar el “dime con quién andas… y te diré quién eres” por “dime con quién andas… y te diré cuánto vas a vivir”. Y no hace falta mudarse a Roseto para vivir mucho.
Basta con aprender a amar.
¿Cómo describirías la comunidad con la que decidiste rodearte?
¿Cómo está tu salud emocional?
¿Cómo te ves de viejito?