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General: HOMBRES Y MUJERES DE ESPERANZA
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Néstor Barbarito  (Mensaje original) Enviado: 09/02/2017 21:13

Queridos hermanos en Cristo, El Señor:  en el ministerio de catequistas que desempeñamos por muchos años con Luisita (mi queridísima esposa) -donde no sólo enseñábamos doctrina sino, por sobre todo, intentábamos  transmitir y contagiar nuestra fe personal en Cristo, a la que habíamos sido llamados por gracia; pura misericordia-, notamos que con frecuencia se producía un cierto malestar entre los catecúmenos cuando comenzábamos a hablar de la muerte.

 Obviamente, no se me escapa que no es un tema atractivo para quienes aún no conocen  personalmente al Señor. Sin embargo, de todos modos tratábamos siempre de introducirlos en el tema, relacionando nuestra resurrección con la de Jesús. Siempre quisimos, particularmente, destacarles la afirmación de Jesús cuando antes de su partida de este mundo al Padre, dice: En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones, si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar, y cuando lo haya hecho volveré para llevarlos conmigo, A FIN DE QUE DONDE YO ESTÉ, ESTÉN TAMBIÉN USTEDES (Jn. 14, 2/3). ¡Testimonio incontrovertible que nos ha sido un verdadero faro, especialmente en los momentos difíciles o angustiosos por los que inevitablemente atravesamos.

 Días atrás leí una homilía de Papa Francisco acerca de las ideas de Pablo vertidas en la carta a los tesalonicenses sobre este tema,  que me pareció muy sustanciosa y enriquecedora, y por eso me atrevo a compartirla con ustedes, en la convicción de que no contraría las convicciones de ninguno de mis hermanos, y en cambio puede ser de bendición, en cuanto a refirmar los argumentos y encarrilar el tema hacia “la esperanza de la salvación” y quizás, de modo particular, acerca de en qué consiste la verdadera esperanza, que no es algo abstracto, etéreo o difuso, ni tampoco un deseo. Más bien una certeza. Es tener la firme convicción de que estamos en el camino de la salvación, aunque las puertas del Reino todavía no se hallen a nuestro alcance. “En camino hacia algo que es -Dice Francisco- no que yo quiero que sea”.

Aunque nuestros sentidos no la perciban, el corazón del hombre o mujer de fe, late con fuerza y se acelera presintiendo su proximidad o su existencia. Como que se trata nada menos que  de compartir la eternidad con el Amor: «Seremos llevados (…) al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre». (1 Tes. 4,17)


Catequesis del papa Francisco en la audiencia general (Plaza San Pedro, 1 de febrero de 2017) 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 
En las catequesis pasadas hemos empezado nuestro recorrido sobre el tema de la esperanza releyendo en esta perspectiva algunas páginas del Antiguo Testamento. Ahora queremos pasar a dar luz a la extraordinaria importancia que esta virtud asume en el Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesucristo y por el evento pascual. 

Es lo que emerge claramente desde el primer texto que se ha escrito, es decir la Primera Carta de san Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje que hemos escuchado, (1 Tes. 13,18) se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer anuncio cristiano. La de Tesalónica era una comunidad joven, fundada desde hacía poco; sin embargo, no obstante las dificultades y las muchas pruebas, estaba enraizada en la fe y celebraba con entusiasmo y con alegría la resurrección del Señor Jesús. El apóstol entonces se alegra de corazón con todos, en cuanto que renacen en la Pascua se convierten realmente en “hijos de la luz e hijos del día” (5,5), en fuerza de la plena comunión con Cristo. 

Cuando Pablo les escribe, la comunidad de Tesalónica ha sido apenas fundada, y solo pocos años la separan de la Pascua de Cristo. Por esto, el apóstol trata de hacer comprender todos los efectos y las consecuencias que este evento único y decisivo supone para la historia y para la vida de cada uno. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, sino creer en la resurrección de los muertos. En tal sentido, esta carta se revela más actual que nunca. Cada vez que nos encontramos frente a nuestra muerte, o a la de un ser querido, sentimos que nuestra fe es probada. Emergen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿Pero realmente habrá vida después de la muerte…? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he amado…?”. Esta pregunta me la hizo una señora hace pocos días en una audiencia, manifestado una duda: “¿Me encontraré con los míos?”. También nosotros, en el contexto actual, necesitamos volver a la raíz y a los fundamentos de nuestra fe, para tomar conciencia de lo que Dios ha obrado por nosotros en Jesucristo y qué significa nuestra muerte. Todos tenemos un poco de miedo por esta incertidumbre de la muerte. Me viene a la memoria un viejecito, un anciano, bueno, que decía: “Yo no tengo miedo de la muerte. Tengo un poco de miedo de verla venir”. Tenía miedo de esto. 

Pablo, frente a los temores y a las perplejidades de la comunidad, invita a tener firme en la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra vida, “la esperanza de la salvación”. Es un yelmo. Esto es la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados a entenderla según la acepción común del término, es decir en referencia a algo lindo que deseamos, pero que puede realizarse o no. Esperamos que suceda, es como un deseo. Se dice por ejemplo: “¡Espero que mañana haga buen tiempo!”, pero sabemos que al día siguiente sin embargo puede llover… La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya se ha cumplido; está la puerta allí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué tengo que hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro de que llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza de que yo estoy en camino hacia algo que es, no que yo quiero que sea. 

Esta es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya ha sido cumplido y que realmente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra resurrección y la de los seres queridos difuntos, por tanto, no es algo que podrá suceder o no, sino que es una realidad cierta, en cuanto está enraizada en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar por tanto significa aprender a vivir en la espera. Cuando una mujer se da cuenta de que está embaraza, cada día aprende a vivir en la espera de ver la mirada de ese niño que vendrá. Así también nosotros tenemos que vivir y aprender de estas esperas humanas y vivir la espera de mirar al Señor; de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: vivir en la espera. Esperar significa y requiere un corazón humilde, un corazón pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está ya lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la propia confianza en nadie más que en sí mismo. 

Escribe san Pablo: “Él [Jesús] que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él” (1 Ts 5, 10). Estas palabras son siempre motivo de gran consuelo y paz. También para las personas amadas que nos han dejado estamos por tanto llamados a rezar para que vivan en Cristo y están en plena comunión con nosotros. Una cosa que a mí me toca mucho el corazón es una expresión de san Pablo, dirigida a los Tesalonicenses. A mí me llena de seguridad de la esperanza. Dice así: “permaneceremos con el Señor para siempre” (1 Ts 4,17). Una cosa hermosa: todo pasa pero, después de la muerte, estaremos para siempre con el Señor. Es la certeza total de la esperanza, la misma que, mucho tiempo antes, hacía exclamar a Job: “Yo sé que mi Redentor vive […] yo, con mi propia carne, veré a Dios. (Jb 19, 25-27). Y así para siempre estaremos con el Señor. ¿Creéis esto? Os pregunto: ¿creéis esto? Para tener un poco de fuerza os invito a decirlo conmigo tres veces: “Y así estaremos para siempre con el Señor”. Y allí, con el Señor, nos encontraremos. 

Francisco




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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: hectorspaccarotella Enviado: 10/02/2017 12:36
Preciosa la homilía, querido Nestor. Preciosa en cuanto a que es de gran precio. 
Hace dos semanas trabajo en el grupo de discipulado que coordino, el tema de la muerte. Comencé motivando a los presentes a que saquen de adentro suyo todo lo que auténticamente creen en lo personal sobre el momento de la muerte y lo que viene después. Fue valioso porque pudieron poner sobre la mesa lo que había en sus corazones, más allá de las enseñanzas de doctrina religiosa. 
Tenemos que hablar de este tema, para construir un criterio, una fe y una esperanza. a eso es a lo que nos invita Francisco. 
Gracias, siempre gracias por compartirlo.

HÉCTOR


 
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