¿qué
amor?
En
un artículo de alrededor de 8 años atrás, el conocido autor español contemporáneo
Cesar Vidal escribió:
“Supongo que algunas personas se sentirán sorprendidas de que mencione
el Amor de Dios en cuarto lugar dentro del listado de cuestiones que debemos
predicar los evangélicos. La verdad es que las Escrituras son, al respecto,
enormemente claras. Debe quedar de manifiesto que el amor no es ese sentimiento blando,
algodonoso y bonachón que se proclama desde algunos púlpitos y libros y que
podría resumir con la frase “Como Dios me ama comprende todo… y puedo hacer lo que
quiera”.
En
los 70 apareció aquí en Argentina la moda de poner en la luneta trasera de los
automóviles la frase “sonríe, Dios te ama”. Si tenés como yo un poquito más de
30 te debés acordar.
La
frase estaba acompañada por un dibujito de rasgos elementales de una carita
sonriente.
La
verdad es que nunca compartí del todo esa calcomanía.
Alguien
que me conoce podría decir que es porque me cuesta sonreír.
Me
costó aceptarla no porque no fuera cierta, sino porque creo honestamente que
para que el Amor de Dios pueda cambiar la vida de una persona triste, miserable
o deprimida, es necesario que esa persona pueda tomar conocimiento e
interpretación plena del significado de ese profundo sentimiento Divino.
Justamente
en mi caso este trabajo lo viene haciendo centímetro a centímetro, pero
ininterrumpidamente el cincel del Creador.
Para
cambiar un rostro triste por una sonrisa inspirado en Dios, es necesario que dejemos
transformar nuestra realidad por Él, que dejemos atravesar nuestra alma por el
fuego de su Espíritu Santo.
Alguien
podría pensar inspirado en aquella calcomanía que no importan las
circunstancias, debemos sonreír.
Y
que, aprovechando la bondad y el amor de Dios, tenemos libertad para hacer lo
que nos venga en gana.
Por
supuesto que Dios comprende todo, pero no lo justifica, ni lo legitima, ni va a
dejar de juzgar, y, desde luego, no ve con agrado que hagamos lo que queramos.
Por
eso, el Amor de Dios sólo es comprensible si tenemos en cuenta lo que es el
pecado y la manera en que ese pecado quebranta la justicia divina y merece un
justísimo castigo.
Dice
Cesar Vidal que, al respecto, la enseñanza bíblica es clara.
“En Lucas 15, cuando Jesús narra la parábola del Hijo pródigo,
comprendemos el amor del padre precisamente porque hemos visto antes cómo era
el hijo pródigo, es decir, un estúpido prepotente y amante de los placeres que
no era capaz de comprender la manera en que estaba arruinando su existencia
hasta que cae al nivel de los cerdos. Precisamente al reflexionar sobre la
gravedad necia e injustificada del pecado del joven, entendemos el amor que le
muestra el padre y nos admira aún más su reacción”.
¿Es
necesario entonces emular al hijo pródigo para entender a un Padre esperándonos
con los brazos abiertos?
Espero
que no sea necesario llegar a ese extremo. Pero sí entender que ninguno de
nosotros estamos demasiado lejos de esa imagen.
Hemos
pecado, y lo seguimos haciendo.
Y
con nuestro pecado ofendemos al Cielo, a los hombres y a esa imagen que somos
del Creador.
Una
señora miembro de una iglesia evangélica decía “La verdad es que yo he cometido tan pocos pecados que no sé si merece
la pena que Cristo muriera por mi”
Posiblemente
con algunos ingredientes personales, muchas personas piensen similar. Personas
que han procurado ser honestas, que han criado bien a sus hijos, que han
llevado un matrimonio dignamente…
Pero
la verdad es que el conocimiento del pecado, de la justicia de Dios y de Su
juicio es lo que nos permite acercarnos a comprender, aunque sea de manera
limitada, al Amor de Dios.
El apóstol Pablo en la carta a los Romanos, escribió:
Romanos 5:6-10
Cristo, cuando aún éramos débiles,
a su tiempo murió por los impíos.
Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser
que alguien tuviera el valor de morir por el bueno.
Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros.
Con mucha más razón, habiendo sido ya justificados en su sangre, por él
seremos salvos de la ira,
porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte
de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.
La
enseñanza de Pablo es indiscutible. Nuestro egoísmo, nuestro deseo de disfrute,
nuestra soberbia, sobre todo, puede que se conviertan en una voz que nos diga
al oído que quebrantar la ley de Dios en aspectos como el decir una mentirita piadosa o mentir en la declaración de un impuesto, el desear a esa muchacha o a ese compañero de trabajo y mantener esa
idea en el paso de los días (aunque nadie termine enterándose aquí en la
Tierra de nuestro deseo sexual con esa persona) o el suspender la visita a esa señora que está enferma porque justo a esa
hora está la novela que queríamos ver en la tele, son actitudes o conductas que no tienen
especial importancia e incluso pueden ser normales, porque todo el mundo lo
hace… y terminamos auto engañándonos al pensar que no representan pecado.
Influye
en esta visión light de la realidad espiritual este concepto que heredamos
culturalmente de que hay pecados “veniales” y “mortales”, niveles de ofensa
menores o mayores.
La
realidad es muy diferente. La desobediencia nos convierte en enemigos de Dios.
Y
el descubrirnos pecadores nos lleva a entender y maravillarnos del inmenso Amor
de Dios, que
Como
dice Pablo: Pero Dios muestra su amor
para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
El descubrirnos pecadores y enemigos de Dios
nos lleva a descubrir en Su amor un sentimiento que no es de este mundo, porque
supera ampliamente las categorías humanas.
Ahora
que nadie te mira, ahora que estás a solas, me gustaría hacerte una pregunta
que te pido que respondas con una mano en el corazón… ¿Estarías dispuesto a dar
la vida por alguien?
En
el caso en que tu respuesta fuera positiva, ¿por quién?
Ciertamente
hay quien daría su vida por su esposo, por sus hijos, por su amigo… por alguien
a quien se ama con un amor tan grande que merecería morir por él.
Pero
nadie en esta vida muere por un enemigo.
¿lo
harías?
Casi
muchos estarán buscando la excusa necesaria para hacer todo lo contrario.
En
el caso de Dios, justo juez del universo creado por El, esos motivos se
multiplican hasta el infinito con cualquiera de nosotros. Sin embargo, el amor
de Dios se manifiesta en que siendo enemigos suyos, nos amó hasta el punto de
encarnarse y morir en la cruz por nosotros. El que no capta ese punto no
entiende ni de lejos lo que es el Amor de Dios.
Conciencia
de pecado, de ofensa, de distanciamiento.
Conciencia
de sentirse enemigo.
Por
eso es que siento que, para poder predicarle a alguien del Amor de Dios,
primero ese que está recibiendo el mensaje debe sentir el peso de esa carga
sobre sus hombros.
Creo
con toda humildad que el que no predica esos términos no está predicando el
Amor de Dios.
Por
eso es que creo que casi nadie entendió esa calcomanía pegada en el parabrisas
trasero de miles de automóviles en los 70. Por eso es que muchos aún hoy siguen
sin sonreír en la vida.
Dice
Cesar Vidal que:
“es que
ese Amor precisamente es el que no viola jamás la justicia ni evita el juicio.
A decir verdad, ejecuta justicia y juicio, de manera rigurosa y total, pero en
la persona de Jesús que ha muerto en nuestro lugar en la cruz”.
Romanos 3:21-26: Pero
ahora, aparte de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por
la Ley y por los Profetas:
la justicia de Dios por medio de
la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él, porque no hay
diferencia, por cuanto todos pecaron y
están destituidos de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como
propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a
causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con miras
a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que
justifica al que es de la fe de Jesús.
Cierro
los ojos y vuelvo a ver a Jesús desangrándose colgado en la Cruz del Gólgota. Y
no puedo evitar quebrantarme al entender en este día de un modo especial, que
cada gota se su sangre fue derramada por mí, que era su enemigo.
Su
muerte es el precio por el derecho a acceder a esos brazos abiertos del Padre,
que no escatimó la vida de su propio hijo porque yo pudiera ser digno de su
Amor.
Dice Cesar Vidal que:
“ese Amor precisamente –que es justo, que sobrepasa el pecado, que es
sacrificial, que se encarna en la cruz- es el que debemos predicar”.
HECTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
(Basado en un texto de Cesar
Vidal, escritor español contemporáneo)