No obstante, Pablo mismo habló de su gran temor acerca de la posibilidad de que quedará descalificado. Nosotros pensaríamos que Pablo tenía tanta confianza en su llamado que nunca consideraría un gran fracaso. De todas las personas, ¿no sería Pablo el más inmune acerca del riesgo de que fuera descalificado?
Pero escribió esa preocupación de la forma más honesta y explícita. Pablo casi siempre describía la vida como una competición atlética, como participar en una carrera (Hechos 20.24; Gálatas 2.2, 5.7; Filipenses 2.16; 3.13-14; 2 Timoteo 2.5). Y estaba determinado a ganarla. Él no quería tropezar ni caer antes de llegar a la meta. En 1 Corintios 9.24-27, escribió las siguientes palabras, que muestran la perspectiva del corazón de un verdadero líder:
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.
La palabra griega que se traduce para «descalificado» en el versículo 27 es adokimos. Significa ser rechazado, eliminado por violar la regla, desaprobado. Es la misma palabra que traducimos «reprobado» en Romanos 1.28 («Dios los entregó a una mente reprobada»). Pablo estaba describiendo la clase de eliminación vergonzosa y desgraciada que le ocurre a un atleta que ha hecho trampa o ha violado las reglas de la carrera.
Obviamente, Pablo no temía que sus enemigos pudieran descalificarlo con ataques a sus credenciales apostólicas. Los venció todos con confianza suprema y convicción, como ya lo hemos observado. Pero aquí estaba hablando de una clase diferente de descalificación. Afirmaba que no quería sentirse, en sí mismo, impedido. No quería fracasar moralmente ni ser descalificado espiritualmente.
Este es un grave peligro para todos en el liderazgo. La confianza del líder en su propio llamado debe ser equilibrada por un temor santo al fracaso personal espiritual. Los líderes están expuestos a tentaciones únicas y singulares. Debido al papel vital que tienen, enfrentan ataques extraordinarios del poder de la oscuridad. El orgullo es una trampa peculiar para muchos; la falta de pureza y autocontrol han hecho que otros zozobren. Las fallas morales y personales son la caída para muchos en el liderazgo. Todo surge debido a una falta de disciplina.
“El líder espiritual es disciplinado”
La fortaleza de Sansón fue vencida por su propia falta de autocontrol. La sabiduría de Salomón fue comprometida por su lascivia. Y si David, un hombre conforme al corazón de Dios, pudo sucumbir ante la lascivia de los ojos y cometió adulterio y asesinato, ningún líder puede sentirse inmune al fracaso personal. Pablo tampoco se sentía inmune.
En efecto, esa era una de sus grandes preocupaciones acerca de su papel como líder. Él no quería descalificarse a sí mismo de la carrera. Por lo tanto, se autodisciplinó, refrenó sus deseos carnales y sujetó su propio cuerpo, para que el tiempo no llegara cuando después de haber predicado a los demás él mismo quedara descalificado. Mantuvo su mirada en el galardón (Filipenses 3.13-14). Se esforzó para la piedad (1 Timoteo 4.7). Y corrió la carrera con resistencia (Hebreos 12.1).
Tomado del libro Llamado a Liderar © 2011 por John MacArthur.