¿Alguna vez has sentido que falta algo en tus oraciones, que de alguna manera no son tan profundas o tan eficaces como deberían ser?
Después de todo, hay una gran diferencia entre la oración que es impulsada por el esfuerzo humano y la oración que es divina y que verdaderamente echa mano de Dios.
Por ejemplo, considera la oración del famoso reformador escocés John Knox, que estaba de pie en una montaña y clamó: “¡Dios, dame Escocia o me muero!”. Poco tiempo después, la gente comenzó a salir a las calles bajo la convicción de Dios.
¡Yo quiero orar ese tipo de oración! Quiero algo que vaya más allá de sencillamente ir a la presencia de Dios todos los días con una lista: Dios, bendice mi casa, bendice mis finanzas, bendice a mi madre, bendice a mi padre y bendice a mis hijos.
¡Quiero orar las oraciones que harán que los hombres se muevan hacia Dios; oraciones que traerán a la Iglesia de Jesucristo de vuelta a la vida!
Quiero el tipo de oración que Dios instruyó a Ezequiel a orar: “Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán” (Ezequiel 37:9). ¡Ese es el tipo de oraciones que yo quiero orar!
Vemos en las Escrituras que los propios discípulos de Jesús tenían un anhelo similar. Un día, mientras Jesús estaba orando, sus corazones fueron movidos. “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos” (Lucas 11:1).
Ten en cuenta que los discípulos no eran ajenos a la oración. Habían visto a Jesús orar y multiplicar milagrosamente los panes y los peces. Algunos incluso estaban con Jesús mientras oraba en una montaña y vieron su rostro completamente transfigurado. Sin duda alguna, los propios discípulos oraban también ya que personalmente caminaban con Jesús.
Sin embargo, esta vez vieron a Jesús entrar en un determinado lugar para orar, y llegaron a la conclusión de que todavía les faltaba entender algo acerca de la oración. Me imagino a los discípulos reunirse y darse codazos entre sí: “¡Pregúntale!”, “¡No, pregúntale tu!”. Había algo en la oración de Jesús que hizo evidente que la oración era mucho más profunda de lo que habían experimentado hasta ese momento.
“¡Señor, enséñanos a orar!”, uno de sus discípulos, finalmente, imploró. Así que Jesús comenzó a enseñarles, diciendo:
“Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.” (Lucas 11:2-4)
CARTER CONLON