Dios le dijo al profeta Amós: “Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas…Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo” (Amós 5:21, 23-24).
Dios está diciendo a cada generación: “No es la canción o el sonido que busco de ti. Es la justicia que fluye de tu adoración y los actos que te mueven a hacerlo en Mi nombre”.
Ya no podemos medir el poder de una canción por su capacidad de entretener o por cualquier otro estándar hecho por el hombre. Lo medimos por su capacidad de traer lo que el Espíritu Santo quiere para Su cuerpo en ese momento. Nuestra adoración debe ser una corriente fluyendo en Su justa presencia. Así, no nos atrevemos a dejar en el escenario a aquellos “gorjean al son de la flauta... beben vino en tazones, y se ungen con los ungüentos más preciosos...” (Amós 6:5-6).
Esto habla de líderes que ungimos basados en su talento, habilidad e inteligencia. Dios nos está llamando a despejar el escenario de cualquier otro estándar que no sea éste: “¡Ciertamente Tú estás en este lugar, oh Dios!”
Me hablo a mí mismo cuando digo a todos los pastores: “¿Ponemos más confianza en estrategias, estructuras y programas que en Dios para dirigirnos? Si lo hacemos, necesitamos despejar el escenario de esas cosas”.
Las iglesias pueden tener todos los ingredientes de un cuerpo dinámico. Podemos asegurarnos de que cada sermón esté firmemente articulado, cada canción perfectamente afinada, cada máquina de expreso llenando las tazas de la gente, pero es inútil si la presencia de Dios no se encuentra por ninguna parte.
Es hora de descartar las encuestas que le preguntan a la gente lo que quiere de la iglesia, en lugar de preguntar lo que Dios quiere. Si las encuestas determinan nuestra dirección, deberíamos también retirar nuestro letrero que dice “IGLESIA”, porque no lo seríamos. Seríamos una organización profesional como cualquier otra que busca el éxito en función de las demandas del mercado. ¡Y ese no es el evangelio!
GARY WILKERSON