Pero en medio de esos momentos oscuros, hay un faro llamando nuestra atención. Hay una señal a la que vale la pena unirse.
Es el faro de la integridad.
Es el susurro de Dios que nos llama a convertirnos en hombres y mujeres de carácter. Es una señal constante que emite el Espíritu dentro de nosotros para recordarnos lo más importante, los asun- tos del corazón, el bien y el mal, el amor.
Sin embargo, al igual que el piloto en la tormenta, por naturaleza queremos ver el mundo que nos rodea y tomar los controles. Nos sentimos impulsados a dominar y alterar nuestro curso. Nuestro sentido común nos dice que la búsqueda del carácter es algo grandioso para los días de cielos despejados, pero que las tormentas son un asunto diferente. Las tormentas son la excepción. Cuando la vida se vuelve turbulenta, cada cual se las arregla como puede. En tiempos de crisis, decidimos que la búsqueda del carácter no es siempre lo que más nos conviene.
Pero nada puede estar más lejos de la verdad, ya que ninguna otra cosa pone a prueba, moldea y fortalece nuestro carácter como los períodos de turbulencia. Y, sin embargo, es precisamente durante esos tiempos de dificultades que muchos de nosotros vamos a otro sitio para buscar dirección. Cuando las nubes de las circunstancias nos encierran, tendemos a adherirnos a cualquier cosa que no sean los valores absolutos que Dios nos ha dado como faro para guiarnos al hogar con toda seguridad. Consecuentemente, nos encontramos en un lugar al que nunca quisimos ir.
Todas las semanas converso con personas que dicen cosas como…
«No creo que Dios me ame».
«No creo que Dios realmente se preocupe por mí».
«Dios no responde mis oraciones».
Cuando les pregunto por qué, me hablan de las circunstancias
de sus vidas. Me cuentan sobre enfermedades, muerte, divorcio, hijos pródigos, ruina financiera.
De la misma forma que todos estamos propensos a experimentarlo de cuando en cuando, esas personas que sufren buscan a Dios en todos los lugares equivocados. Evalúan la presencia y la preocupación de Dios en la medida en que él satisfaga sus expectativas. Toman sus intereses particulares y miden la fidelidad de Dios basándose en lo bien que él los satisfaga.
Esto funciona bien hasta que Dios los lleva a algún lugar al que nunca pensaron ir. Tan pronto como la adversidad emerge, pareciera que hay una falla en el sistema cuando, en realidad, aún todo está bajo control. El problema no son sus circunstancias sino cómo las personas las interpretan.
Aunque frenéticamente buscamos a Dios en el exterior, siempre lo podemos encontrar en el interior. Ahí es donde él está trabajando arduamente. Ahí es donde él hace su mejor trabajo.
Dios, de seguro, se encuentra íntimamente preocupado por nuestras circunstancias. A él no se le escapa ningún detalle y promete satisfacer cada una de las necesidades del creyente. Pero tenemos la tendencia de darle más importancia a las cosas externas de la que Dios jamás se propuso. Su enfoque principal no es lo que se ve sino lo que no se ve. Por esta razón, si queremos obtener una mejor apreciación y comprensión de lo que Dios está haciendo en nuestras vidas, tendremos que ponerle más atención a lo que él está haciendo dentro de nosotros.
Tomado del Libro Una Vision Contagiosa por Andy Stanley, Editorial Vida