MI AMIGO Y MI PADRE PERFECTO
Hoy todavía soy un niño pequeño y quebrantado por dentro y Dios sigue siendo mi Padre. Dondequiera que vaya, veo que Él camine a mi lado, sostenga mi mano, me guíe. Cuando tropiezo y caigo, Él se agacha y me recoge. Me limpia mis ropas, besa el dolor y luego continúa conmigo por el camino.
Cuando hago algo bien, lo veo sonriendo, aplaudiendo, mostrando Su apoyo. Cuando hago algo mal, Él me regaña y disciplina. Cuando me fatigo y me canso, Él me sostiene, me señala hacia delante y me anima a no darme por vencido. Cuando estoy asustado, Él toma mi mano. Cuando estoy triste, Él besa mi corazón.
Miro a Jesús en busca de ayuda y guía en todo lo que hago y Él nunca me ha fallado. Siempre estuvo allí cuando lo necesitaba.
Esta relación amorosa que tengo con mi Padre es una relación que comenzó hace más de cincuenta años. No siempre ha sido fácil. A veces me he alejado de Él, he intentado seguir mi propio camino, incluso me he rebelado, pero Él siempre ha estado allí para recibirme con Sus brazos extendidos, esperando que me vuelva a Él. Su fidelidad nunca ha disminuido; Él es el amigo y el Padre perfecto. Mi fidelidad a Él, sin embargo, fue una cualidad que yo tuve que aprender, una en la que todavía estoy trabajando en cada día. Es un proceso de por vida.
Cuando di por primera vez mi corazón a Jesús, no tenía ni idea de dónde me llevaría esta nueva fe. Yo estaba asustado y solo, preguntándome cómo haría Él para rescatarme de las personas y las cosas de mi pasado, las pandillas y las drogas que me mantenían cautivo. Yo no sabía cómo ser Su hijo, pero Él me mostró, me mentoreó a lo largo del camino. Pero a lo largo de esos años fui testigo de primera mano de lo que puede suceder cuando permitimos que el Espíritu de Dios sea desatado dentro de nosotros y entre nosotros, cuando entramos en Su gloria y le permitimos trabajar y moverse y ministrar a través de nosotros.
Nicky Cruz