Hay una cristalización del cristianismo que subraya con todo rigor las exigencias del Señor, y que califica de apostasía toda concesión a la debilidad humana. Dice: o todo o nada. Sospechamos que es un absolutismo que ignora la verdadera naturaleza del hombre. Acaso una astucia inconsciente del corazón humano, que eleva la vida cristiana concreta al nivel de lo absoluto para alejarla del mundo real. El modo de ver de la Iglesia revela, por el contrario, un profundo sentido de lo real, una voluntad de tomar en serio el ser cristiano empezando por lo que es buenamente posible, para llegar a la cumbre de la santidad.

Dios es Aquel del cual habla el sermón de la montaña: el Padre. Jesús habla de Él con mucha insistencia. No dice solamente “vuestro Padre”, sino “tu Padre” _{(Mt. VI, 4). ¡}Date cuenta de que es tu Padre el que a ti te llama! Dios no es pues aquí el legislador soberano que impone pesadas cargas a los hombres y les juzga luego para ver si han cumplido su ley, sino que ordena amorosamente y ayuda a cumplir lo mandado. Viene personalmente para presentar sus preceptos a los hombres y se preocupa con ellos de su cumplimiento. Llama a sus hijos para que se preocupen, en conformidad con Él, de este cumplimiento. El Padre, que ve en lo más secreto, y conoce todas las miserias aun antes de ser expresadas, porque su mirada providente se fija en nosotros. He aquí el Dios en función del cual ha de pensarse todo. Si así lo hacemos, nuestros problemas cobrarán nuevo sentido y obtendrán una respuesta, que es amor.

 

(Tomado y adaptado del tomo I, 2_a parte: Mensaje y Promesa, de “EL SEÑOR”, de Romano Guardini, Patmos 1963)

Tengo para mí que cuando Jesús nos decía "Sean perfectos como el Padre del Cielo es perfecto" (Mt 5,48) nos estaba marcando el rumbo, mostrando el camino  (que es Él mismo), señalando la meta. Y bien sabía Él que sin su ayuda nunca lo podríamos  recorrer. Por eso nos dejó su Espíritu, como Lazarillo y bastón, como médico, defensor y manantial de vida.