Leer atento y gozoso, ‘Una ventana al Cielo’, me recordó algo que
escribí hace tiempo y cada tanto releo en oración. Hoy, después de leer la
reflexión de Serna Ortiz, se me ocurre que lo podría re-titular ‘Una ventana a la
tierra’, que también es una ventana a Dios, porque los cielos y la tierra nos
hablan de su gloria. (El que quiera oír que oiga).
Lo comparto con mis hermanos.
REVELACIÓN
Cuando Dios siembra en el bosque
He descubierto, Señor, tu presencia
en la montaña. El Espíritu me quiso abrir los ojos, y en el duro rostro de la roca adiviné tu mano
y tu cincel.
Entreví tu sombra fugitiva en el claroscuro
de los bosques eternos, colosales; y el misterio infinito de tus ojos que aman,
en los lagos diáfanos, serenos y profundos.
Los enormes coihues de brazos
extendidos me hicieron presentir tu acogida paternal, y vi el signo de mi
porfiada pertenencia a vos en el ciprés que se aferraba tenaz a la piedra, y
resistía de pie el embate de los vientos.
Sentí tu aliento dulce sobre mi
rostro en la fresca brisa mañanera; te oí respirar entre las ramas del cobreado
arrayán, y escuché tu risa alegre en el canto estridente y burlón del chucao.
Me invitaste a levantar al cielo la
mirada cuando desde lo alto me chistaba la bandurria o me alertaba el tero.
Al fin tu aliento húmedo las hizo
despertar en su mullida cuna. Y vi los verdes renovales: retoños de coihue, de
maitén y de radales; de ciprés, de lenga y de pehuén.
Pinceladas blancas en las cumbres y la
nevisca en Febrero, supieron recordarme que a veces, en medio del verano se
abate el invierno y en plena bonanza estalla la tormenta, como el aguijón de mi
carne me recuerda que me modelaste en barro;
que toda vida es tuya y ningún don es permanente hasta que lleguemos a
nuestro hogar -tu Reino- del cual todas esas maravillas sólo son migajas;
apenas un boceto del don definitivo y preciado de la vida en Vos.
La quieta y silente catedral me vio postrado ¡y te alabé, Señor, y te bendije! Te
di gracias.
nfb.