El propósito primordial del Espíritu Santo es dar poder al pueblo de Dios para alcanzar a los perdidos y atraer a la gente a la cruz de Jesucristo. Así como él nos convence de nuestros pecados, también se mueve en el corazón de los incrédulos, trayéndolos cara a cara con sus iniquidades y fracasos, con la futilidad de sus vidas fuera de Dios.
Cuando Jesús estaba preparando a sus discípulos para su partida de la Tierra, les dijo: "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio" (Juan 15:26-27).
Jesús nos dice que conocemos la verdad del evangelio porque el Espíritu de Dios nos la ha revelado a través de sus palabras. El Espíritu Santo ha dado testimonio de la gracia y la bondad de Dios. Nuestra confianza en nuestra posición en el reino de Dios no viene de nuestra propia esperanza e imaginación, sino del propio Creador, de su suave susurro en nuestra alma. Es así como sabemos que el amor de Dios es real y definitivo e inquebrantable.
Jesús pasó a explicar el papel del Espíritu Santo de esta manera: "Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí" (Juan 16:8-9).
No es nuestro trabajo convencer a la gente de su pecado. El Espíritu Santo ya está haciendo eso. Y no estamos aquí para juzgar a la gente por sus pecados. Nuestro papel es simplemente estar allí para ellos, para hablarles de Jesús, abrazarlos en su dolor y sufrimiento; y traerlos, con amor, al maravilloso reino de Dios.
Jesús no vino a condenar al mundo, sino a salvarlo (Juan 3:17). ¿No deberíamos nosotros tener la misma actitud?
Nicky Cruz