No te des por vencido, recuerda que
el primer enemigo a derrotar no está fuera de ti, sino dentro.
“Piensa que allí donde Dios ha sembrado, espera. No
pienses que la lucha que conduces aquí en la tierra es del todo inútil, porque
en nosotros late una semilla de absoluto. Dios no desilusiona, y si ha puesto
una esperanza en nuestro corazón no la quiere truncar con frustraciones
continuas. Todo nace para florecer en una eterna primavera, y también Dios nos
hizo para florecer. Recuerdo ese diálogo,
cuando el roble pidió al almendro, háblame de Dios y,... ¡el almendro
floreció! Dios nos hizo para florecer.
¡Donde Dios
te ha plantado, espera! No cedas al desánimo. Recuerda que el enemigo que
tienes que derrotar está dentro de ti.
Cree
firmemente que este mundo es un milagro de Dios, que él nos da la gracia de
realizar nuevos prodigios, porque la fe y la esperanza caminan juntas. Confía
en Dios Creador, que llevará su creación a cumplimiento definitivo; en el Espíritu Santo que guía todo hacia el
bien; en Cristo que nos espera al final de nuestra existencia.
No
permanezcas caído, ¡álzate! Si estás sentado, ponte en camino, si el
aburrimiento te paraliza, échalo con obras de bien. Si te sientes vacío y
desmoralizado, pide al Espíritu Santo que llene de nuevo tu vacío. Obra la paz
en medio de los hombres, y no escuches la voz de quien derrama odio y
divisiones. Ama y respeta el camino de cada persona, porque cada uno tiene la
propia historia que contar. Sueña, no tengas miedo de soñar. Sueña un mundo que
aún no se ve, pero que ciertamente llegará. Y sé responsable de este mundo y de
la vida de cada hombre, porque cada injusticia hacia un pobre es una herida
abierta que disminuye tu propia dignidad. La vida no cesa con tu existencia, y
en este mundo vendrán otras generaciones que sucederán a la tuya, y muchas
otras aún.
Levántate,
camina, confía, sueña. ¡No! Nunca pienses, ¡nunca!, que has luchado en vano,
que al final de la vida nos espera el naufragio. Dios no nos engaña, llevará a
plenitud como una eterna primavera, la esperanza que ha puesto en nuestro
corazón. No te quedes paralizado, levántate, camina, confía: sueña. Sé
constructor de paz y no de odio o división. Ama a tu prójimo, respeta el camino
de cada uno, sé compasivo y justo. Sueña con un mundo nuevo. Pide a Dios la
gracia de ser valiente. Recuerda que Jesús venció por nosotros al miedo, el
enemigo más grande contra nuestra fe. Reconoce que por el Bautismo tu vida
pertenece a Cristo y él vive en ti, y a través de ti, con su mansedumbre,
quiere someter a los enemigos del hombre: el pecado, el odio, el crimen, la
violencia.
Tú
perteneces a Jesús, ten el coraje de la verdad. Eres cristiano, y en la oración todo lo
entregamos a Dios.
Recuerda que
no eres superior a nadie y que, como cristiano, eres hermano de todos los
hombres. Él nos pidió llevar en el corazón los sufrimientos de cada criatura. Cultiva
ideales y sé fiel a ellos. Y si te equivocas, no dudes en levantarte siempre,
pues no somos infalibles, y el Hijo de Dios ha venido para rescatarnos a todos.
Nunca caigas
en la desesperación
No estés
encarcelado en tus errores, ellos no deben ser una prisión. Dios ha venido para
los enfermos no para los sanos, por lo que vino también para ti. Y si te golpea
la amargura, cree en las personas que trabajan por el bien: en su humildad está
la semilla de un mundo nuevo. Y frecuenta las personas que han custodiado el
corazón como el de un niño: aprende de la maravilla, cultiva el estupor: «Vive,
ama, cree, sueña. Dios es tu amigo, y con su gracia, nunca caigas en la
desesperación».
Papa
Francisco