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He conocido el Amor, el verdadero y genuino Amor. Un Amor sin límites que sobrepasa todo entendimiento. Un Amor que transfiere barreras, que me ciñe de un poder incomparable, que me eleva más allá de lo que nunca pude imaginar.
Cuando ese sentimiento incomprensible te aborda, sabes que nunca podrás separarte de él, pero, si por alguna razón la llama de ese fuego llega a tu vida y no ocurre nada extraordinario, entonces, el tambor resuena y retiñe el platillo produciendo un constante y aburrido tintineo.
En el momento en el que tropiezas con Jesús surge un idilio de difícil descripción. Él, comienza a dar azotes de cuerda para que los cambistas, los mercaderes abandonen ese templo donde debe morar el Espíritu Santo y cuando todo está medianamente limpio, saca su frasco de Amor y comienza a perfumar la estancia. Contorna el recinto con un olor delicioso, un aroma perfecto en el cual dejas expandir tus tristezas, tus temores, deseando que todo quede envuelto por su grato perfume.
Una vez tu vida queda unida a Dios comienzas a propagar una fragancia diferente, una mezcla bien conseguida de aceites de humildad, pétalos de bondad, olorosas resinas de paciencia, todo ello filtrado por el alambique divino que hace que el perfume sea único.
Si hemos tenido el privilegio de tener un encuentro con el perfumista Santo, y nuestras vidas siguen destilando olores fútiles que se fusionan con los demás aromas en el aire, venimos a resonar como tambores en un mundo plagado de soniquetes.
El Amor; ajado por el mal uso y desconocido en su verdadera acepción, deja de ser atrayente cuando quienes hacemos usanza de él mostramos que nos somos consecuentes con aquello que decimos, pues en muchas ocasiones sólo adjudicamos un valor meramente lingüístico a algo que somos incapaces de acreditar con hechos.
A Dios le sobran vendedores que intenten con soltura y atropello publicar un producto llamado "amor", le sobran aquellos que repiquetean incapaces de ver más allá de sus narices, pero que aún así, son fieles a los ritos más elementales y a las doctrinas más básicas.
Lo que Dios desea y lo que este mundo necesita son seguidores del bien, humildes frascos repletos de cariño, de ternura, que estén dispuestos a quebrarse ante la necesidad y derramar cuanto tienen sin miedo a quedar expuestos ante los ojos siempre prestos a la crítica. Útiles travesaños que se vayan ensamblando para construir un firme puente mediante el cual muchos consigan llegar a los pies de autor de la vida y conocer el Amor.
Yolanda Tamayo es colaboradora de la revista Ventana Abierta (Asamblea Cristiana).
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Muy bueno, una cosa es conocerlo de oídas y otra realmente conocerlo y reconocerlo como el autor del amor. Excelente, gracias hermano por compartirlo! Araceli |
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