Los sacerdotes y
pastores llevamos años predicando y diciendo a los fieles cristianos que se
tienen que amar unos a otros, que el amor es el mandamiento mayor para los
cristianos, que Dios nos ama por encima de todas las cosas, que es nuestro
Padre. El Evangelio que leemos hoy (Mateo 22,34-40) nos vuelve a repetir las mismas ideas.
La pregunta del
fariseo estaba llena de mala intención. Para ellos todos los mandamientos eran
igualmente importantes. Todos debían ser cumplidos con el mismo rigor. Aquel
fariseo, al preguntar a Jesús cuál era el mandamiento más importante, quería
ponerlo en dificultades. Pero Jesús no tuvo miedo y respondió con claridad:
todo se resume en dos mandamientos, amar a Dios y amar al prójimo. No hace
falta más. Todas las demás normas dependen de estos dos mandamientos mayores. Y
eso que escucharon con sorpresa los fariseos, nosotros tenemos que tenerlo hoy
también presente. Todos nuestros deberes como cristianos se resumen en esos dos
mandamientos: amar a Dios y amar a los hermanos.
Pero, además,
son dos mandamientos que están conectados entre sí. No son dos normas separadas
e independientes. Más bien uno es condición del otro. O mejor el segundo es
condición del primero. Sólo el que ama a sus hermanos ama a Dios. Y el que no
ama a sus hermanos no ama a Dios por más que vaya muchas veces a misa o rece
muchas oraciones o lea mucho la Biblia. Así que los dos andan bien juntitos y
no se pueden separar.
Y luego está el
siguiente paso: aplicar esos mandamientos, sobre todo el segundo, el del amor a
los hermanos, a nuestra vida práctica, a la vida diaria, a las relaciones con
nuestros hermanos, con nuestra familia, con los amigos, con los compañeros del
trabajo. Para saber hacer esa aplicación nos puede servir de ayuda la primera
lectura de este domingo (Éxodo 22,20-26).
En ella se nos dice que Dios quiere que se cuide especialmente de los
extranjeros, de los huérfanos y de las viudas, de los pobres, de los que no
tienen nada con que cubrirse. La lectura termina afirmando que cuando el pobre
clame a Dios, “yo lo escucharé porque soy compasivo”. Es decir, amar a los
hermanos, supone tener un especial cuidado de ellos en todas sus necesidades,
especialmente de aquellos que son más pobres, más débiles, más indefensos.
Atenderles, servirles, devolverles su dignidad, respetarlos, acompañarlos, eso
es amar a los hermanos. Sólo el que hace eso –o al menos lo intenta seriamente–
puede decir que ama a Dios.
Fernando Torres cmf
Yo te amo, Señor;
tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca,
mi alcázar, mi libertador,
mi Dios.
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