Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto. Romanos 12.2 (LBLA)
A. W. Tozer escribe de la mente: «Lo que ocupa nuestros pensamientos cuando tenemos tiempo para pensar en lo que queramos -eso es lo que somos o lo que pronto seremos. Nuestros pensamientos no solamente revelan lo que somos, sino que predicen la clase de personas que llegaremos a ser».
La mayoría de nosotros no tenemos idea de cuán profundamente afectan a nuestras vidas los pensamientos que ocupan nuestra mente. La Palabra, sin embargo, nos advierte que la renovación de la mente es una de las claves para la vida transformada. Debemos, por lo tanto, prestar mucha atención a este tema si es que aspiramos a una vida que se nutre, cada día más, de la Palabra.
Nuestras acciones no son espontáneas, aunque a veces nos valemos de la frase «lo hice sin pensar en lo que estaba haciendo» para explicar el por qué de ciertos acontecimientos. La verdad es que toda acción es el fruto de un pensamiento, aun cuando no hayamos tomado conciencia de que ese pensamiento se había formado en nosotros. Jesús señaló este principio cuando, en el Sermón del Monte, mostró que el juicio de Dios no vendrá sobre nuestras acciones, sino sobre los pensamientos que los engendraron. Por esta razón, el verdadero pecado de adulterio comienza con la persona que codició la mujer de su prójimo en lo secreto de su mente. El pecado del asesinato comienza cuando, en los pensamientos, calificamos a una persona de estúpida o idiota. Eventualmente, si no son cambiados esos pensamientos generarán actos que expresan lo que ha ocupado durante largo tiempo nuestra mente.
En el texto de hoy el apóstol Pablo nos exhorta a resistirnos a este mundo. La lucha, no obstante, no se realiza con acciones tan sencillas como las de no bailar o no fumar. El mundo pretende moldearnos a la cultura predominante de estos tiempos. Uno de los medios principales que utiliza es la infinidad de mensajes que nos «vende» el presente sistema perverso en el cual estamos inmersos. A veces esos mensajes son abiertos y fáciles de detectar. En la mayoría de los casos, sin embargo, están escondidos sutilmente en cosas que juzgaríamos como inofensivas.
Por esta razón el creyente tiene la obligación de trabajar en la renovación de su mente. Esta renovación se logra de dos maneras. En primer lugar, debemos identificar los pensamientos que no son dignos del Señor y llevarlos cautivos a la obediencia a Cristo (1 Co 10.5). Esto significa desecharlos. La mente, no obstante, no opera en vacío. El espacio que dejó ese pensamiento descartado debe ser llenado con otro pensamiento, si es que no queremos reincidir en el pensamiento pecaminoso. Es allí donde ocupamos la mente con la Verdad de Dios. Es este proceso el que llamamos «meditar» en la Palabra. Debemos alimentar la mente con pensamientos que produzcan una transformación en nuestro carácter.
Para pensar:
«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad» (Flp 4.8).
Shaw, C. (2005). Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.