Comienza un nuevo año. Como deseo en un brindis nacional, muchos quisiéramos dejar atrás para siempre la famosa grieta de los argentinos, y no será fácil, pero tampoco imposible. Con un poco de cada parte se puede lograr. Es bueno tener utopías, sueños, esperanzas al comienzo de un nuevo año. Sobre todo si se trata de un objetivo sociocomunitario, como es el encuentro entre hermanos que habitamos un mismo territorio bajo una misma bandera. ¿Lograremos encontrarnos como pueblo argentino en busca de una sola patria, con un solo objetivo que no sea electoral? Es posible que nos pongamos a trabajar por la paz y desterrar para siempre la violencia.

Sabemos que las ideologías nos dividen, pero para ello la sabia democracia mantiene entre sus instrucciones a la alteridad de los gobernantes que hoy nos permite cambiar cuando lo decidamos. Estamos a tiempo para recuperar nuestro ser nacional. No más diferencias para un país que nos costó mucho construir y a veces parece que vive en retroceso; o como en el juego de “María la Paz, un paso adelante, un paso atrás”.

Como sociedad asumimos un compromiso con el futuro de la Nación. Es incierto el camino de la ideología: el populismo, el liberalismo, el socialismo... todo pasa y todo termina. Cada pensamiento político tiene sus aciertos y sus errores. Ninguna posición puede asegurarnos el éxito. Lo que nos lleva por un camino seguro son los valores de la Nación: la unión, la justicia, la paz interior, la defensa común, el bienestar general y la libertad. Todo lo demás puede cambiar, pero estos principios son los fundamentales. Los gobernantes están cuatro años, a lo sumo ocho. Los partidos políticos se renuevan, se reciclan, los funcionarios pasan; sin embargo, siempre queda el Pueblo unido por la paz y la convivencia civilizada en las diferencias. Todo esto vivido desde la forma del sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho a elegir y controlar a sus gobernantes: la Democracia.

Entonces son válidas las discusiones, los debates, las posiciones, las miradas, las voces diferentes. Desde esta clave de país podremos ser grandes los argentinos, con nuestras diferencias, con nuestro espíritu movedizo, agitado, atarantado. Podemos ser todo lo que queremos sin dejar de ser Nación. Podemos protestar, desaprobar, demandar, reclamar, condenar, quejarnos, lamentarnos, indignarnos, rebelarnos; pero nunca dejar de ser una gran Argentina unida y con futuro.

La utopía de una ciudad de Dios es factible. Claro, si lo pensamos desde san Agustín como lo único que ha recibido Roma de sus falsos dioses (ideologías), ha sido el vicio y la corrupción del alma y el amor por los bienes terrenales, la avaricia. Busquemos, pues, al verdadero Dios que nos invita a la unidad y al bien común. No es solamente una decisión religiosa, sino ética y desde todas las religiones. El catolicismo, el protestantismo y otros credos podrían aportar para cerrar la grieta y finalmente hallar caminos de acuerdo. El mundo civilizado en su mayoría sigue creyendo en la democracia como organización social y el voto como herramienta de elección para la alteridad en los cargos. Si unimos fuerzas para construir un país mejor poniendo todo en manos de Dios, pero desde una decisión ética, quizá la sociedad traccione hacia un encuentro como hermanos.

El único Soberano del Universo es Dios, y en el vivimos y existimos. Que la proclamación de esta certeza nos ayude a vivir mejor este nuevo año comprometidos con los deberes y los derechos ciudadanos.