Dios
también sabía que Abraham no estaría completamente satisfecho cuando el niño
llegara. Él seguiría teniendo un hambre interna sin reposo, una necesidad
inexplicable que ningún ser humano podría tocar.
Este acierto del autor, me
trajo a la memoria la conocida expresión de San Agustín: «Nos has
hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».
Buscando la frase para citarla textual, fui a dar, además, con una
bellísima expresión del mismo santo, a quien hacía poco Jesús acababa de
descubrírsele, después de haber vivido una juventud absolutamente disipada. La he leído muchas veces, y siempre me hace arder el corazón con sana envidia. La
comparto con mis hermanos:
«¡Tarde
te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú
estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me
lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo
no lo estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no
estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y
respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me
abrasé en tu paz».
S. Agustín de Hipona (Confesiones
(X, 27, 38)