Para el ojo no entrenado, solo era un pedazo de mármol mutilado. La escultura fracasada había sido abandonada medio siglo antes por Agostino di Duccio, pero un joven artista llamado Miguel Ángel vio en aquel mármol otro que los demás no veían. El tallado de aquel bloque de mármol de cinco metros y medio de altura consumiría cerca de cuatro años de su vida, pero aquella piedra aparentemente sin valor estaba destinada a convertirse en la que muchos consideran la estatua más grandiosa esculpida jamás por unas manos humanas. Giorgio Vasari, artista y escritor del siglo dieciséis, la consideraba casi un verdadero milagro. Miguel Ángel resucitó una piedra muerta y, poniendo en ella su aliento de vida como artista, trajo a la existencia a su David.
Mientras tallaba, Miguel Ángel tenía en la mente lo que él llamaba l’immagine del cuore; la imagen del corazón. Creía que la obra maestra ya se encontraba dentro de aquella piedra. Todo lo que él tenía que hacer era quitar la piedra sobrante para que David pudiera escapar de ella. No veía lo que era en esos momentos. Veía lo que podía ser, y que ya se encontraba en su corazón. No veía las imperfecciones que había en la piedra. Veía una obra maestra de una belleza sin paralelo. Y así es precisamente como el gran Artista te ve a ti.
Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica. (Efesios 2:10)
Toda obra de arte tiene su origen en la imaginación del artista. Es decir, que tú te originaste en la imaginación de Dios. Es un pensamiento maravilloso, ¿no es cierto? Fuiste concebido por Dios mucho antes que te concibieran tus padres. Adquiriste forma en la imaginación del Todopoderoso antes de tomar forma en el seno de tu madre. Tú eres su «obra maestra», expresión que traduce el vocablo griego póiema. Y de este vocablo es de donde se deriva nuestra palabra poema. Pero se refiere a cualquier obra de arte.
Tú eres pintura suya.
Tú eres novela suya.
Tú eres escultura suya.
«Cristo es más artista que los artistas», observaba Vincent van Gogh. «Él trabaja en el espíritu vivo y en la carne viva; en lugar de hacer estatuas, hace hombres», Dios está pintando un cuadro de gracia en el lienzo de tu vida. Dios está escribiendo su historia, la historia, por medio de tu vida. Dios le está dando forma a tu carácter a través de las circunstancias de tu vida. Verte a ti mismo como algo que sea menos que una obra maestra de Dios, equivale a devaluar y distorsionar tu verdadera identidad. Y al descubrir su verdadera identidad, es donde se revela tu verdadero destino.
Ese sentido de destino es tu sagrado derecho de nacimiento como hijo de Dios. Y está anclado en la verdad que aparece en Efesios 2.10, y que acabo de citar. La expresión «preparó de antemano» se refiere a la costumbre oriental de enviar a los siervos por delante del rey a fin de prepararle el camino que tenía por delante. Estos siervos tenían la responsabilidad de hacer seguro el camino del rey, y cerciorarse de que llegara a su lugar de destino.
Pablo tomó esa antigua imagen y la volvió al revés, o tal vez deberíamos decir que la enderezó. El Rey de reyes va delante de sus siervos para prepararles el camino. Nos sitúa de manera estratégica en el lugar correcto y el momento preciso. Dios te está situando. Y eso te debería llenar con una inquebrantable sensación de destino.
Extracto del libro Destino Divino, de Mark Batterson (ISBN 9780829765144) ©2014 por Editorial Vida