Ay, cómo me duele estar despierto y no poder cantar…
Esta es una frase de dolor que nació desde el fondo de mi corazón. Se trataba de un dolor que se hacía más fuerte y profundo al pasar los días, ya que los médicos me habían pronosticado un tumor en mis cuerdas vocales, algo que me impedía hacer lo que más me gustaba, cantar, y que a su vez ponía en duda aquellas promesas que Dios me había dado desde pequeño.
¡Qué difícil es creer cuando te rodean las circunstancias adversas y opuestas a lo que quisieras!¡Qué complicado es mantener tu fe sólida y firme como la roca! Allí estaba yo, solo en mi habitación, trayendo mi dolor y queja ante él. No sabía qué más decir, pero tampoco podía llevar esta carga por dentro, ya que era algo que me hacía sentir incómodo y ponía a prueba mi fe y mi confianza. Y digo esto porque es fácil componer y escribir canciones cuando todo está relativamente bien y cuando nada te preocupa y te roba tu atención la mayor parte de tu tiempo. Sabía que no podía llevar solo esta carga, y aunque me imagino que lo ideal era haberme mantenido en una actitud de agradecimiento y adoración a Dios, también he aprendido que puedo traer mi carga y mi dolor ante Jesús, llevarle mi queja y mi preocupación. Me daba cuenta de que solo en su presencia podría obtener más que respuestas. Allí encontraría la sabiduría y la fuerza para afrontar aquella prueba, ya que el Señor nos alienta: <> (Mateo 11:28)
Por eso aquella noche me encontraba ante el Señor, llevándole mi dolor y mi angustia al único que podía sanar mi corazón. Sé que resulta más fácil quejarnos y echarle la culpa a Dios, pero debemos recordar que no estamos solos y que él desea que transformemos nuestro dolor y quebrando en gozo y alegría, aferrándonos a sus promesas, pues él ya cambió nuestro lamento en baile. Jesús ya pagó el precio por nuestras deudas, así que cada vez que afrontemos un desierto, prueba, enfermedad, decepción, tradición o cualquier clase de problemas, necesitamos en oración transformar todo esto en una ofrenda de gratitud a Dios. Es ahí donde podemos experimentar la provisión de su Espíritu Santo, que es el único que nos da la capacidad de afrontar las pruebas como guerreros del Señor.
Extracto del libro Poemas de Dios, de Alex Campos