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General: Cuando el trabajo apesta
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De: hectorspaccarotella  (Mensaje original) Enviado: 26/06/2018 19:38

La típica conversación sobre fe y trabajo se desarrolla así:

Dios te creó para cumplir con una tarea maravillosa que le da significado y propósito a tu vida. Cada día, tenemos la increíble oportunidad de brindar el amor santo de Dios al mundo que nos rodea a través de la manera en que realizamos nuestro trabajo cotidiano. Así estamos cumpliendo con el llamado de Dios de cuidar el mundo que creó y de moldearnos para ser cada vez más como Cristo.

Y muchas personas oyen esto con desaprobación y dicen: “Suena muy bien en teoría, pero deberías intentar hacer mi trabajo”.

Definitivamente entiendo por qué la conversación se torna así. Queremos comenzar diciendo algo que aliente y edifique. No algo triste y angustiante. También deseamos mantener a Dios en el centro y no a Satanás, ya que es importante recordar quién es el que realmente tiene el control.

Al mismo tiempo, debemos tener empatía con las experiencias diarias de los demás, hablar con ellos acerca de cómo ven el mundo que les rodea, y también reconocer el sufrimiento y la necesidad que tienen.

Cuando hablo en una conferencias sobre la fe y el trabajo, suelo ofrecer talleres con títulos como: “Cuando el trabajo apesta”. ¿Y sabes qué? Nunca he tenido una sala vacía.

TRABAJO Y FRUSTRACIÓN

¿Cómo es que el trabajo apesta? De muchas maneras, pero comencemos desde el principio. Génesis 3:17-19 hace hincapié en dos formas principales en que la Caída afecta nuestra labor diaria: en el trabajo arduo y en la frustración.

El trabajo arduo no significa esfuerzo. El trabajo físico con esfuerzo ya existía antes de la Caída. Génesis 2:15 dice que la razón primordial por la cual Dios puso a Adán en el huerto fue para que lo trabajara, conservara, cultivara, y cuidara.

El trabajo arduo significa dolor, tensión, sufrimiento físico, y fatiga. Dios decidió que ahora la frente de Adán se llenaría de sudor al trabajar (Gn. 3:18), y nosotros experimentamos lo mismo. Cuando nos esforzamos en nuestro trabajo sentimos las consecuencias de la Caída en nuestros cuerpos. Vemos cómo el desgaste corporal se hace evidente en los músculos adoloridos de los trabajadores del campo o de los obreros, en los pies cansados ​​de los trabajadores de fábrica, y en el sobrepeso o dolor de muñeca de aquellos que trabajan sentados frente a una computadora.

Así como el trabajo afecta al cuerpo, la frustración afecta al alma. Después de la Caída, el huerto del Edén no solo produjo cultivos y flores, sino también espinos y cardos (Gn. 3:19). Experimentamos esta frustración de dos maneras. A corto plazo, cualquier tarea que emprendamos puede desmoronarse y fallar, ¡incluso si hacemos todo bien! Y a largo plazo, incluso si nuestro trabajo tiene éxito, carecerá de sentido si estamos alejados de Dios. El mismo Salomón, quien elogia tanto el trabajo arduo en Proverbios, también testifica en Eclesiastés que sin Dios, todo nuestro esfuerzo es vanidad. Todo lo que construimos se desvanecerá como un suspiro.

Es por eso que una de las virtudes cristianas más importantes es la perseverancia. En el Nuevo Testamento se enfatiza una y otra vez lo siguiente: mantente firme, corre la carrera, no te sorprendas de las pruebas de fuego por las que estás atravesando, y regocíjate aun en los tiempos de sufrimiento. Al perseverar en medio del dolor y la adversidad, desarrollamos el carácter fuerte que Dios quiere que tengamos. Y sabemos que, incluso cuando nuestros esfuerzos fracasan, nuestra lucha fiel manifiesta el santo amor de Dios a un mundo que nos observa.

RELACIONES DAÑADAS

La Caída trae trabajo y frustración a nuestra labor diaria porque perjudica nuestras relaciones. Todo debería estar conectado entre sí de la manera correcta y, sobre todo, conectado con su Creador de la manera correcta.

Cuando la Caída interrumpió nuestra relación con Dios, también interrumpió todas nuestras otras relaciones, incluso con la creación física. Fuimos creados para gobernar la tierra bajo Dios, pero ahora la tierra está maldita (Gn. 3:17). A causa de esta maldición surgió el trabajo arduo y la frustración.

Así como el trabajo afecta al cuerpo, la frustración afecta al alma.

Nuestras relaciones con los demás también se ven afectadas, lo que resulta en un maltrato o en injusticias en nuestra labor diaria. Así como Adán y Eva sintieron vergüenza y se cubrieron a sí mismos, porque sabían que su intimidad ya no era transparente y desinteresada, así mismo nosotros estamos alejados el uno del otro. Trabajamos en un mundo de desconfianza y miedo.

Incluso nuestra relación con nosotros mismos, nuestra identidad y motivación, se ve interrumpida. Para algunos, esto significa una adicción al trabajo: hacer del trabajo un ídolo y dedicarle todo nuestro tiempo. Para otros significa pereza: hacer oído sordo al llamado de esforzarse y cuidar bien del mundo de Dios, ya sea que eso signifique no trabajar en lo absoluto, o no mostrar interés alguno porque consideramos que nuestras tareas son insignificantes e indignas.

CONTENTAMIENTO Y ESPERANZA

El evangelio de Cristo, crucificado y resucitado, pone nuestro trabajo en orden porque nos pone en una relación correcta con nuestro Creador. Por supuesto que en este mundo todavía sufrimos las consecuencias de la Caída. Y aún luchamos contra el poder del pecado que se empeña en satisfacer los deseos de nuestra carne.

Sin embargo ahora debemos trabajar contentos y con valentía. Podemos descansar en lo que Dios ha hecho, en lo que está haciendo, y en lo que hará. Sabemos que Dios está con nosotros en nuestro trabajo. Sabemos que nos cuida al suplir nuestras necesidades diarias. Y sabemos que Él hace que todas las cosas cooperen para bien, incluso en medio del sufrimiento (Rom. 8:28).

Y así como el contentamiento nos da fuerzas para el trabajo diario, la esperanza transforma la manera en la que trabajamos. A veces las personas limitan la esperanza a lo que creen intelectualmente del futuro, como cuando afirman con precisión una profecía bíblica. Pero la esperanza es una virtud práctica, que esta conectada con el presente y el futuro.

Tener esperanza significa alinear no solo nuestras convicciones, sino también nuestra conducta, con la expectativa de que Dios puede cumplir y va a cumplir todas sus promesas.

La esperanza significa alinear no solo nuestras convicciones, sino también nuestra conducta, con la expectativa de que Dios puede cumplir y va a cumplir todas sus promesas. Significa que actuamos sabiendo que Dios realmente es más fuerte que Satanás: que Dios es Dios y Satanás no. La esperanza espera con ansias la consumación de todas las cosas, porque esa promesa de victoria final es la base fundamental de nuestra esperanza, que Dios está en control y va a hacer las cosas a su manera. Pero la esperanza también significa saber que Dios es más fuerte que Satanás, y que en este momento Él está cumpliendo sus promesas.

Hoy Dios está cumpliendo sus propósitos, limpiándonos y fortaleciéndonos como su pueblo, y guiándonos hacia ese futuro perfecto. Como dijo C. S. Lewis: cuanto más cristianos ansíen el mundo venidero, habrá más trabajadores eficaces en el mundo presente que serán representantes del amor y la santidad de Dios.

Por fe andamos… trabajamos… y no por vista. Confiamos en que Dios está activo en nuestro trabajo, incluso cuando no vemos o entendemos lo que está haciendo. Confiamos en que Dios está obrando en el mundo que nos rodea, aun en medio de la oscuridad y el mal. El triunfo del amor santo de Dios es nuestra esperanza; es nuestra esperanza para la eternidad y nuestra esperanza para hoy.


PUBLICADO ORIGINALMENTE EN THE GOSPEL COALITION. TRADUCIDO POR PAULA LUCCIONI.


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