Hace algunos años, se me acercó una señora al final de un tiempo de alabanza. Su deseo era agradecerme por la forma en que la ministración la ayudaba cada domingo.
Lo que me resultó interesante fue que, según sus palabras, no era tan edificada por la música, ni por las canciones, ni por mi voz. Me dijo:
«Cada vez que vengo, noto que hay versículos que usted menciona, a veces entre los cantos o incluso en algunas ocasiones usted comienza a cantar la Biblia. Y sin excepción, las Escrituras cobran vida y recibo la dirección que busco de parte de Dios».
De este modo, me percaté de que la adoración congregacional es relevante debido a que, en medio de ella, Jesús toma la Palabra y embellece a su pueblo con su verdad. Cuando recordamos las promesas a sus hijos, la fe se levanta, el ánimo regresa y las personas se liberan de dudas y temores. Es Jesús el que ministra su Palabra en medio de la adoración y, como agua, limpia a su Iglesia.
¡Busquemos el agua de vida que corre en medio de la adoración! No nos resignemos simplemente a cantar; descubramos mas bien el mensaje detrás de las letras y enfoquemos el corazón para escuchar a Dios por medio de la prédica, los cantos e incluso el silencio. Muchas veces el mensaje más poderoso viene al oído del corazón a través de la dulce voz del Espíritu Santo en medio de la quietud.
Recuerdo cuando a los veinte años fui visitado por la presencia de Dios. Volví a descubrir el poder transformador de las Escrituras al leerlas en mis tiempos solitarios de adoración. Las promesas cobraban vida, la Palabra confrontaba mi corazón y lo llevaba a un lugar de arrepentimiento.
Es de suma importancia que la palabra de Dios sea parte integral de nuestra experiencia de adoración. Debemos leerla, meditar en ella e incluso cantarla. Según Romanos 12:2, ella tiene el poder de cambiar el pensamiento del hombre.
Reflexionar sobre la Palabra nos ayuda a retener las verdades relacionadas con nuestra nueva identidad en Cristo. Eso es importante, si consideramos que la conciencia manchada por el pecado, o el recuerdo del pasado, es la mayor lucha que enfrentamos al adorar.
«Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades» (Hebreos 10:17). Esa promesa es parte del pacto que Dios hizo con nosotros en Cristo y debe ser parte vital de nuestra experiencia de adoración.
Cerramos la puerta a la culpa al llenarnos de la Palabra de Dios. Ahora nos encontraremos ante el trono de la gracia.
Danilo Montero
Tomado del libro GENERACIÓN DE ADORADORES Edición en español publicada por Editorial Vida – 2006 Miami, Florida