1.- Si creemos en Cristo seremos
escuchados.
Dios escucha a quien lo invoca. Somos
tan pragmáticos que olvidamos los consejos de Jesús que nos insta a orar con
absoluta confianza. Si creemos en Él, con viva y consciente convicción, nuestra
oración será escuchada sin demora. El texto evangélico no puede ser más
explícito: “Tu hija ya murió; ¿para qué
vas a seguir molestando al Maestro? Pero Jesús, sin tener en cuenta esas
palabras, dijo al jefe de la sinagoga: ‘No temas, basta que creas”. (Marcos 5,
35-36).
No podemos dudar de que el Señor
atiende nuestra más humilde plegaria. Al cabo de ella podemos decirle, con las
mismas palabras de Jesús ante la tumba de Lázaro: “Padre, te doy gracias porque
me oíste. Yo sé que siempre me oyes…” (Juan 11, 41-42) Constituye el acto de fe
que el Señor pide a quienes acuden a Él. Quizás no nos hemos detenido lo
necesario en vivenciar la fe que debe aclimatar nuestra existencia cristiana.
Nos basta volver al Evangelio para cubrir esa ausencia o corregir su
distorsión. En la mencionada relación con el jefe de la sinagoga queda afirmada
la enseñanza del Maestro divino.
2.- Sin fe no hay salud que valga.
¿Qué nos ocurre cuando pasamos a la
clandestinidad lo que para Cristo es indispensable? Cedemos a una concepción de
vida que ha dejado de lado la palabra de Jesús y contamina o elimina la fe.
Creemos ser creyentes y nos comportamos según los dictámenes del mundo
incrédulo que nos circunda. Vivir de la fe es obedecer lo que sorprende nuestra
atención al leer cuidadosamente el Evangelio. De esa manera es considerado
norma de vida y auténtica ilustración para la mente.
Llega al espanto lo que declara un buen
número de autocalificados “cristianos”. Dejan de manifiesto que no creen lo que,
de labios para fuera, aseguran creer. La insistencia de Jesús en suscitar la fe
de sus seguidores indica que es allí donde se juega lo más importante - o
necesario - de la vida. En cierta oportunidad la voz del Señor se quebró: “Pero
cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lucas 18,
8). Depende de cada uno la respuesta afirmativa a tan dramática pregunta.
Sin fe no hay salud que valga. Todo
empeño queda reducido a un intento estéril por lograr la verdad y el bien
apetecido. El ser personal encuentra en la fe la puerta de acceso al logro de
la propia y esencial vocación al amor. El ateísmo, y sus adláteres, causan un
sinsabor inútilmente negado por quienes persisten en el rechazo de la Palabra
de Dios.
3.- La fe es escuchar a Cristo.
Hoy, más que nunca, parece más urgente
que la Palabra de Dios sea anunciada. Para los Santos Apóstoles la Palabra es
el mismo Cristo resucitado. El mandato misionero, expresado el día de la
Ascensión, responde a la urgente necesidad del mundo, siempre de dolorosa
actualidad. Reclama que la Palabra resuene siempre, trascendiendo épocas y
circunstancias. La batalla contra el mal no admite tregua alguna. Los Santos
son testigos y protagonistas oportunos en esa lucha - sin cuartel - y deciden
vencer el mal en ellos mismos. Precisamente se produce allí la victoria de
Cristo sobre el pecado y la muerte. Pero, exige actualizarse en cada persona,
conduciéndola, por la conversión, hacia la santidad.
El mundo actual se mofa, sin
misericordia, de la virtud cristiana y de los valores que el Evangelio propone
como forma de vida. Los enemigos de la fe son “sagaces” en el arte de poner
trampas en el único sendero que cada persona debe recorrer. Es lamentable
presenciar la muerte de tanta gente que ha pasado su vida sin orientarla a
Dios. Un inconsciente y formal ritual religioso no suple esa necesaria
referencia. La Santa Unción puede constituir, en algunos casos, la última
oportunidad, bien aprovechada como la del buen ladrón. Responde a la
misericordia infinita del Buen Dios, no a un gesto mágico que intenta disimular
la verdad y anular las sanciones al error.
4.- La Verdad juzgará nuestra vida.
Es preciso que los hombres enfoquen sus
vidas a Dios. Es la referencia esencial, sin la cual se producen tumbos
peligrosos, hasta trágicos. Esa actitud es desechada en la sociedad
contemporánea; declarada “agua fiesta”, hasta nociva para su falso concepto de
la libertad. Es muy grave que se naturalice lo que contradice la verdad y se
opone al bien. Ocurre a la vista de todos, valiéndose de medios sofisticados y
económicamente muy rentables. Se requiere volver a la verdad.
Me preocupa tanta gente que muere sin pensar
en Dios y sin referir su comportamiento a la voluntad del Padre. El juicio se
viene, no a la manera de los juicios humanos. Es la Verdad, que confronta la
vida de quienes hicieron lo que quisieron con ella. Cristo es el juez, porque
es la Verdad que cuestiona la vida de sus únicos responsables: “Ustedes juzgan
según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy
yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió”. (Juan 8, 15-16) Su
identificación con el Padre lo constituye en la Verdad que examina a los
hombres. Por ello, es designado Juez universal.+
Mons. Domingo Castaña