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General: LOS OJOS DE DIOS
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Néstor Barbarito  (Mensaje original) Enviado: 10/08/2018 16:34

Después de mucho resistirme y vacilar, una tarde que, aunque brillaba en el cielo un sol espléndido, a mí me pareció oscura, amenazante y preñada de presagios, comencé a acompañar a los enfermos del hospital de rehabilitación Manuel Rocca, de Buenos Aires, no sin “temor y temblor”. Tenía grandes dudas de que estuviera en condiciones anímicas y espirituales de afrontar semejante compromiso. Yo solo me había “metido en la boca del lobo”. Nadie me lo había propuesto ni sugerido. Al menos nadie que hubiera dejado ver su rostro u oír su voz. Yo pensaba que aquella era una decisión mía y por eso desconfiaba, porque contaba más con mis propias fuerzas, que sabía escasas, que con la ayuda del Espíritu de Dios, que era –luego Él me lo haría saber— quien, en verdad, me confiaba aquella misión y me iba a dar la fortaleza para llevarla a cabo. ¡Cuánto me costó entender que las fuerzas de que dispondría no eran mías!

 

Algunos días después del duro comienzo, quise confiar a mi “Diario”, las primeras impresiones que esa labor iba dejando en mi espíritu. Luego de mucho cavilar me di cuenta de que era tan fuerte el choque de sentimientos que aquel contacto me había provocado, que no sabía por dónde empezar, ni me iba a resultar para nada fácil expresarlo. Al cabo de un rato de darle vueltas al asunto y escribir algunos pensamientos inconexos, decidí posponerlo para una mejor oportunidad.


Siempre pensé que aquella oportunidad no había llegado nunca, pero al releer aquel cuaderno algunos años después, un par de páginas más adelante de aquellas pocas frases escritas aquel día, iba a encontrar, no sin algo de sorpresa, un breve relato de ficción que había olvidado por completo -cuyo título tomo para esta página- que me hizo entender que al fin el Espíritu me había sugerido el modo de retratar fielmente, aunque por el camino de la metáfora, lo que pasaba por mi alma en aquellos días. Te lo cuento, amigo/a, porque no deja de ser una mirada de esa etapa de mi vida, y tal vez te sirva para entender mejor los encontrados sentimientos que por entonces me embargaban. Sentimientos que seguramente son compartidos por muchos de los llamados por Dios para ministerios semejantes: «Consuelen, Consuelen a mi pueblo, dice vuestro Dios» (Is.40, 1)

 

El relato decía así: 

                              «Perezosamente, la tenue claridad que entraba por los cristales iba despertando a la vida, uno a uno, los escasos enseres de mi cuarto.

Quise salir al encuentro de la aurora que asomaba, porque sabía que con ella llegarías, pero afuera estaba el frío y también los otros, los más pobres: los enfermos, los sin techo, los desconsolados y desesperados. Ellos te necesitaban, y aún los que no creían que vendrías, sin embargo, en algún rinconcito de su corazón guardaban una migaja de esperanza.

El miedo me paralizaba. Si pasaba entre ellos quizás hasta me confundieran con Vos, Señor, y entonces me envolverían en sus necesidades, en su indigencia y su dolor. Tendría que prestarles oído y darles de mi tiempo, y a lo peor, tal vez hasta me pidieran afecto. Y yo estaba tan a gusto en mi refugio abrigado, en mi lecho tibio, seguro, además, de contar con tu amor y tu predilección… De todos modos -pensé- cuando llegaras me visitarías. Luego tendrías tiempo para ocuparte de los otros. Pobres habrá siempre. Vos mismo lo habías dicho…


Te esperé inútilmente, primero con impaciencia, luego con desencanto. Por fin, cuando el sol ya estaba alto, molesto y contrariado, venciendo mis temores, resolví correr el riesgo de salir a buscarte.

Me pareció que afuera se respiraba un aire pesado y ominoso. Quería huir de las manos que se tendían hacia mí, suplicantes, pero para poder alejarme de allí, tuve que pasar por entre los que clamaban por ayuda, y los otros, los que la esperaban en silencio, con un ruego expresado tan sólo en su mirada.

Muy a mi pesar, pasé junto a uno de aquellos hombres quebrantados que susurró algo con los labios apenas entreabiertos. En un acto reflejo, absolutamente involuntario, me incliné para oírlo mejor, lo miré a los ojos… y supe con dolor que te había encontrado».

 

Hasta aquí mi “Diario”.

Después de haber presenciado y compartido múltiples y penosas situaciones durante muchos años en aquel hospital, me sorprende haber retratado en un relato de ficción, tan temprana y fielmente lo que luego sucedería ante mí con harta frecuencia mientras duró mi labor allí. Porque, habiendo aceptado a regañadientes mi papel en aquellos dramas, sin embargo, no habría de ser yo un mero espectador. No ocurrirían frente a mí, solamente, sino que me involucrarían, calando honda y dolorosamente dentro de mi corazón. Y, si Cristos en la Cruz eran ellos, Él me había escogido para Cireneo.

 Esto me confirma que, en verdad, sólo el Espíritu Santo de Dios pudo entonces guiar mi pluma. Y por supuesto, sólo Él pudo sostenerme aquellos años en esa tarea.     

Claro que no todas las experiencias aquellas fueron halagüeñas, pero casi siempre me dejaron un “gusto a Dios” en el corazón. Aun las negativas, porque me “curtieron el cuero”, como diría el criollo.


El hermano Héctor vuelve hoy a animarme a contar algunas de esas historias, y no puedo negarme, porque ellas pugnan siempre por escapar del cofre de los recuerdos con ansias de levantar el vuelo y contagiar a los hermanos su gozo y gratitud al Dios de las misericordias.

 

Más adelante me propongo relatarte uno de las primeras y más fuertes experiencias, con que el Espíritu quiso enriquecerme en aquella época del “ministerio del alivio” en el hospital. 



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: hectorspaccarotella Enviado: 18/08/2018 14:39
¡¡¡Qué bueno Nestor!!!

Excelente. ¡¡¡Queremos más!!!

HÉCTOR


 
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