Luchas, te afliges, te peleas por alcanzar la felicidad;
te pareces al corredor que quiere ganar una carrera sin conocer la meta.
Detente primero y busca tu camino.
Estás hecho para la felicidad y ese llamado en ti es la invitación de Dios que te llega desde el fondo de la eternidad.
Si quieres, serás feliz, pues Dios no siembra si no quiere la cosecha.
Escucha y da las gracias.
Antes las dificultades de la vida, las adversidades, la muerte, tienes derecho a llorar, pero ni siquiera en el llanto
tienes derecho a separarte de la alegría.
La alegría puede unirse a los dolores más grandes.
El camino de tu felicidad no parte de las personas o de las cosas para llegar a tí, parte siempre de tí para ir a los demás.¿Por qué no estás contento hoy? No lo sabes.
Ofrece al Señor tu fatiga, tu cansancio y esas viejas preocupaciones, archivos sin catalogar que se pudren
en el fondo de tu corazón.
Y luego sonríe a los demás. Sonríe a tu mujer, a tu hermano, al vecino, al colega, sonríe a la portera,
al comerciante... sonríe y tu sonrisa llamará a la alegría que se había alejado.
La alegría comienza en el momento mismo en que dejas de buscar la felicidad, para intentar darla a los demás.
Entonces si estás triste, detente y averigua la causa de tu tristeza, encontrarás siempre en el fondo de tu corazón la huella de un retorno a tí. No lo aceptes.
Ofrece a Dios lo que celosamente guardabas, luego olvídate de tí mismo y piensa en tu prójimo más cercano.
La alegría florece al cabo de la entrega, pero la entrega exige el olvido de sí mismo.
Por eso la alegría es la vida reencontrada cuando uno ha aceptado perderla.
En Cristo y por Cristo, el misterio de la Alegría, es el misterio de la resurrección.¿qué grado de amistad tienes con Cristo?
Michel Quoist