Hace algún tiempo leí un libro
que creo que refirma, con la autoridad de un gran teólogo de nuestro tiempo, Romano
Guardini, las ideas que compartía unos días atrás en el relato que llamé “Alfonso
– Cristo”, y vienen dando vueltas en mi mente desde hace tantos años.
Dice Guardini:
«Cristo está en el hombre y el hombre en Él:
cuando el hombre cree y es bautizado, acontece en él, dice Pablo, algo
particular. El hombre entra en una comunidad de existencia con Cristo, como si
Éste entrara ahora en el creyente, y en él morara como forma1 que lo domina, como fuerza
que opera en él. Este Cristo exterior (que llega al hombre desde afuera; desde la eternidad
de Dios) quiere expresarse en su
existencia humana»
«Un hombre está formado cuando, a pesar de
todos los cambios, es él mismo y entre muchos hombres él solo, con rostro claro
y nombre inconfundible»
«Cristo mismo resucitado, en su estado
espiritual, penetra de su virtud a este hombre, tal como es, con su peculiar
carácter y manera de vida; con sus tareas y destinos. En él realiza Cristo nuevamente su propia vida divino-humana (…) En él
pasa Cristo por la infancia, el crecimiento, la madurez, la consumación»
«Él nos aprehende desde dentro, conmoviéndonos en
nuestro ser vivo, y nos aprehende desde arriba, llamándonos desde el reino
eterno y levantándonos a él (…). Surge en el hombre del misterioso interior de
la profundidad divina para expresarse en su existencia (la del hombre) y penetra también desde el fin (desde la eternidad) en el tiempo, para sacudirlo y prepararlo
para lo venidero»2.
Creo que esto lo podría decir
con mis palabras y mi pobre entendimiento, de la siguiente manera: Desde lo
profundo de la vida y el misterio trinitario, el Verbo “se introduce” en mi
persona, haciéndome a su modo, en tanto yo se lo permito, con-formando mi
interior, y “contagiando” a mi espíritu y mi personalidad el misterio de su
propio Espíritu sin que yo pierda mi “forma” original: “con su peculiar carácter y manera de vida”. Es decir, sin que deje
de ser el que soy; sin que pierda mi identidad y personalidad.
Se me ocurre sintetizarlo
(corriendo el riesgo de ser excesivamente simplista), con una expresión que me
gusta y tantas veces he dicho y escrito, estimulado por mis veleidades de
poeta: que “Cristo, por la Redención que nosotros aceptamos en la fe y el
bautismo, nos hizo crecer alas, y desde el trono que comparte con el Padre, entra
en nosotros y nos anima a volar hacia Él, y valiéndose de su Espíritu, une su
fuerza infinita a la nuestra, pobre y desmayada, para que podamos alcanzarlo".
Espero que estos pensamientos me
ayuden a renovar y fortalecer mi compromiso con mis hermanos, ya que, si quiero
ser coherente, debo vivir en serio la misericordia. Será vivirla para con mi
Hermano Jesús, sin metáforas ni eufemismos.
Si, como descuento, la doctrina
de Pablo es verdadera y la reflexión de Guardini acertada, y cada uno de
nosotros es un miembro misterioso —pero real— del cuerpo de Cristo, y la cabeza
está triunfante en el cielo, con los demás miembros que ya completaron su
parte en ese bendito y dramático juego
de rescatar a la humanidad, mientras los demás nos vamos sucediendo aquí hasta
que Él vuelva al fin de los tiempos,
puedo concluir sin demasiado riesgo de errar, que la pasión del Señor se
sigue realizando hoy; que cada hombre que sufre es el torso, es el pie, es la
mano de Cristo, doliente y redentora, que desarrolla sus alas y adquiere para
sí mismo (y para mí) un pedacito del cielo que habremos de ocupar en la casa
del Padre.
La entrada; el derecho de
admisión, ya lo pagó Jesús hace veinte siglos.
____________________
1)La forma es aquello que hace que el hombre sea “éste
y no otro”; creo que es lo que podríamos llamar “El espíritu de este hombre, su
forma de ser, de pensar y de obrar”, distinto a todos los demás hombres.
(Principio activo que da a algo o alguien su entidad. R.A.E.).
2) Romano Guardini –La imagen de Jesús el Xto., en el
Nuevo Testamento- (Cristo en nosotros).