¿Te ha pasado alguna vez que después de leer muchas veces una historia, de repente te fijas en un pequeño detalle que parece dar luz a casi todo lo que sucede?
Te cuento, hace poco estaba leyendo el capítulo 11 del segundo libro de Samuel (creo que recuerdas la historia de David y Betsabé, el adulterio, las mentiras, el robo, el asesinato...) y recordando que todo comenzó cuando David dejó de lado sus responsabilidades como rey y se dedicó a contemplar "el panorama" que tenía por delante... Cuando de repente vi una sencilla frase que Dios quiso que quedase escrita. Esas palabras me cautivaron por completo: "Y al atardecer David se levantó de su cama.... " (v. 2).
De pronto me di cuenta de ese detalle: ¡No es precisamente la media tarde el mejor momento para comenzar un día! Teniendo buena salud y después de haber pasado una semana "normal" de trabajo, no hay razón ninguna para quedarse "holgazaneando" en la cama durante todo el día. Por muy rey que seas.
¿Sabes? A veces no nos damos cuenta del peligro de dejar que los días pasen de cualquier manera, no somos capaces de reconocer el problema de "dejarse ir" sin hacer nada. De caer en el aburrimiento, la apatía y la desidia.
Casi sin darnos cuenta dejamos de imaginar, de amar, de disfrutar ¡De vivir! Pensamos que en ningún lugar se está mejor que en el país del "no hacer nada", así que decidimos acurrucarnos sobre nosotros mismos unas horas más, y tarde o temprano nuestras holgazanerías acaban destruyéndonos.
Cada día es un regalo de Dios. Escúchale, lee su Palabra, ora, imagina, crea, ayuda a alguien, pasea, habla con un amigo, disfruta con tu familia, juega... ¡Levántate y vive! ¡Deja de hacerte el "remolón"! ¡Los días no comienzan al atardecer!.
Puede que la situación sea difícil: quizás no tenemos trabajo, y desde luego no somos "reyes"; pero si podemos levantarnos y andar, ¡Tenemos que hacerlo! Y si estamos enfermos o no podemos movernos de nuestra cama, podemos hablar con Dios, con las personas que tenemos a nuestro alrededor, podemos leer y escuchar, podemos imaginar y vivir en las manos de nuestro Padre.
David se arrepintió una y mil veces de ese día en el que dejó que la desgana y los sentidos gobernasen su vida. No quería ni levantarse de la cama y cuando lo hizo fue sólo para observar y dejar que sus sentidos le atrapasen. No fue capaz de luchar: ni exterior ni interiormente.
Cuando nos abandonamos, poco a poco lo perdemos todo. Nos "desgraciamos" a nosotros mismos y a los demás.
Cuando decidimos luchar podemos perder algunas batallas, pero lo hacemos "de pie". Disfrutamos del honor de hacer lo que debemos hacer.
Porque los días no comienzan al atardecer.