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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: Néstor Barbarito  (Mensaje original) Enviado: 11/10/2018 20:01

Hace unos días, el hermano Héctor subió un mensaje de G. Bedrossián  -¿Me las sé todas?-, que comenzaba con una frase del pintor Francisco de Goya a sus 80 años: “Todavía estoy aprendiendo”. Hoy quiero retomar el tema contándote mi propia experiencia al respecto.                                                   

       

Uno llega a ser tan viejo... (tengo 81) y siempre niño en las cosas de Dios. Siempre empezando. Siempre tratando de aprender un poco. A veces me digo: estoy como al principio, como hace más de sesenta años: apenas un principiante. Sin embargo, sigo intentando con ganas de crecer, de acercarme un poquito más, con humildad. Habiendo aprendido ya lo poco que valgo, lo poco que puedo, lo poco que soy —sobre esto sí que aprendí—, espero que mi Padre se compadezca de mi pequeñez, y me reserve un lugarcito en su casa. En un tiempo aspiraba a un asiento en las primeras filas de la platea. Creía que podría llegar a merecerlo; ahora que entendí que “mis” méritos son solamente suyos, tan sólo espero un rinconcito en “la cazuela”. (Diría en “el paraíso”, sino fuera porque temo que, por homonimia, suene pretencioso). ¡Ah! y por supuesto, con entrada de favor; boleto de misericordia.


En verdad, lo que sí creo haber entendido definitivamente, es que los progresos espirituales, todos, son obra exclusiva de la gracia. Lo único que nosotros tenemos que hacer es prestar atención a sus impulsos para abrirle el corazón y tratar de obrar en consecuencia.


Si siempre hubiera actuado así, a esta altura de mi vida ya debería tener un mayor grado de oración. En vez de eso, siempre me veo en el primer escalón, siempre pidiendo, siempre exclamando como un náufrago en su bote salvavidas: "Señor, tené piedad de mí, que soy pecador", "Jesús, te amo, aumentá mi amor y mi fe", “Hacé que sea un cristiano según tu corazón”. Y tratando de rumiar el Evangelio; de entender mejor su Palabra. Pero de oración contemplativa en serio: de anclar frente al sagrario o simplemente en soledad, y estar ratos largos con Él, sólo contemplándolo o dejándome mirar por Él; abriéndole el corazón a su mirada sanadora… de eso, bien poco.            


Con frecuencia atravieso períodos de “sequedad o desierto”, en los que la oración se me vuelve difícil, y temo que no pueda vivir el amor hasta el final si no lo alimenta adecuadamente la oración. ¿Cómo podré recibir la gracia de la perseverancia si no me conecto en serio con Dios; si no me hago íntimo de Él?  Aunque a veces —en tren de pensar en positivo—, se me ocurre que quizás mi oración —al menos en parte— pase por escribir cosas que me exigen contemplar el misterio bien de cerca. El misterio de mi vida, de la de mis hermanos, y también, el enorme misterio del amor de Dios. Misterios que a veces me sorprenden con el rostro empapado en lágrimas.  Y por favor, no vayas a creer que esto sucede porque soy un místico, ni porque tenga graves revelaciones. Sólo soy un llorón. A veces descubro cosas simples que durante años se me han pasado por alto, y entonces mi corazón no puede menos que inflamarse en acción de gracias y alabanza.

 

Una cosa comprendí y otra espero en los tramos finales de esta carrera: comprendí que Dios valora más el corazón del hombre que su inteligencia: «Te alabo Padre (…) por haber ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y haberlas revelado a los pequeños» (Mt 11,25).                                                                                                                                                    Esto es: que valora más los sentimientos que los pensamientos; amar que saber. Dice San Agustín «Quien no ama, cree en vano, aunque las cosas en que cree sean verdaderas». Claro está que se trata de amar y obrar en consecuencia, de lo contrario el amor no es verdadero. Creer, amar, obrar: tres verbos que se encadenan inseparablemente en una vida cristiana. Los pensamientos se manifiestan con palabras, los sentimientos se expresan en las acciones. Por eso no pido para mí un amor sentido, sino vivido; eficaz. Al menos de ahora en adelante.

 

Espero que el Padre Misericordioso no mire mis pecados sino la fe de la iglesia. De toda la Iglesia, que es mucho más que mi propia comunidad. De toda la Iglesia, que es la comunión en la fe de los que creemos que Jesús es nuestro Salvador, y lo amamos. Y me conceda cobijarme en ella, perdonando mis ingratitudes y mi desamor, como al hijo pródigo. Yo sé muy bien que, si Él quiere, puede salvar todos los obstáculos y darme lo necesario “per saltum”, sin esperar a que yo tienda el puente. Y si desea o permite que viva en “sequedad” o “desierto” hasta el final de mis días, con tal de que me dé la inquietud y la luz para seguir hurgando en su palabra y aun en mis convicciones y sentimientos —que desde muchacho estuvieron bañados y revestidos del amor a Jesucristo—, he decidido seguir dándole gracias y alabándolo hasta entonces. Yo sé que no habrá oscuridad ni desierto en la mesa de Cristo. Allí se hará la Luz total y definitiva. Lo sé bien.


Tengo la ardiente esperanza de que eso ocurra, y Jesús me haga un lugarcito por allí cerca.  Aunque sea en un ranchito “de paja y terrón”. ¡Vamos!: una taperita, pero no muy lejos de Él.

 «En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones;

[…] Yo voy a prepararles un lugar.

Y […] volveré otra vez para llevarlos conmigo,

 para que donde Yo esté, estén también ustedes».

Jn 14, 2-3

 

 

 

 

 

 

 

 



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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: Dios es mi paz Enviado: 11/10/2018 20:28



Exactamente Hermano Néstor, solo por su gracia tenemos la certeza de tener un lugar al lado de Nuestro Padre, he disfrutado leer su mensaje, sigo alabando al Rey, en medio de luchas y pruebas, pero firme en la fé! Cariños y bendiciones a Luisa! Araceli




Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: hectorspaccarotella Enviado: 12/10/2018 12:51
¡Que buenoooooo!
¡Cuánto extrañaba tus aportes, amigo querido!

HÉCTOR


 
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