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De: hectorspaccarotella  (Mensaje original) Enviado: 13/10/2018 10:05

Isaías 49 – 53 y 2 Corintios 4 – 5

“Escúchenme, islas,
Y atiendan, pueblos lejanos.
El Señor Me llamó desde el seno materno,
Desde las entrañas de Mi madre mencionó Mi nombre”
(Isaías 49:1).

El osito de peluche tiene más de 100 años. Conocido en Norteamérica como Teddy Bear, este osito tan familiar y querido por millones alrededor del mundo tiene una historia muy peculiar. Justamente, recibe su nombre del vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, quien en un acto de humanidad, se negó a disparar sobre un oso herido. Según sus biógrafos, el presidente se encontraba en un viaje de cacería en 1902 en el que encontró pocos animales. Finalmente, perros cazadores persiguieron a un oso que cayó en un estanque. Uno de los guías aprovechó la situación y logró amarrarlo luego de golpearlo con la culata de su rifle. El presidente Roosevelt, al observar al animal angustiado y en tan malas condiciones, ordenó que fuese liberado, negándose a disparar sobre el animal indefenso.

De regreso en Washington, la noticia corrió rápidamente. Un caricaturista del Washington Post dibujó la escena que se publicó el 16 de noviembre de 1902. En Nueva York, Rose Michtom, la esposa de un vendedor de caramelos, diseñó un par de ositos siguiendo el modelo del Post a los que llamó Teddy´s bears, y que puso a la venta en la vitrina de su local por un dólar y cincuenta centavos cada uno. Los ositos se vendieron tan rápido que los Michtom, ambos inmigrantes rusos, abrieron una compañía especializada en ositos de peluche.

Podríamos decir que el entrañable osito de peluche es un símbolo de la compasión humana ante el indefenso y el desvalido. Sin embargo, todavía los seres humanos no hemos aprendido la lección. Podría referirme a miles de tópicos en donde podríamos avergonzarnos por nuestra ausencia de compasión para con los más débiles y los más necesitados. De entre todos ellos, quisiera dedicar esta reflexión a uno solo de esos tópicos: el aborto.

La cantidad de abortos provocados practicados en todo el mundo se estima en unos 50 millones al año. Más de la tercera parte de ellos son ilegales y casi la mitad se realizan fuera de un establecimiento de salud. Cada año mueren a raíz de abortos ilegales o mal practicados de 100 mil a 200 mil mujeres. Ni los peores criminales de la humanidad han eliminado tantos seres indefensos en toda nuestra breve y “civilizada” historia (en solo cuatro años se igualan a todas las muertes por las guerras del siglo pasado, y en veinticuatro días, se supera al total de las víctimas del holocausto nazi).

No es mi intención entrar en polémicas o en discursos científicos acerca del inicio de la vida. Me ciño a lo que la Escritura señala y que nos da cuenta de que Dios llama y conoce a cada ser humano desde el vientre de su madre. En la Biblia encontramos la manifestación de un respeto intrínseco de la vida humana desde su concepción, desde su estado inicial más débil. Esto no es tan misterioso ni tan oscuro como algunos lo hacen parecer. Ya a las 21 semanas de gestación los niños son capaces de percibir y recordar melodías musicales bastante complejas, por ejemplo. Es por eso que me sorprende cuando los defensores del aborto alegan que el feto, al ser dependiente de la madre, es una extensión de ella y, por lo tanto, puede deshacerse de él como quien se quita un lunar, un tumor, o un exceso de grasa.

Demos gracias a nuestro Señor, quien a pesar de nuestra indolencia, no olvida a ninguna de sus criaturas.

Un hijo o una hija depende casi absolutamente de sus padres por mucho tiempo después del nacimiento. No se les puede dejar solos porque los padres saben que esas criaturas dependen de ellos. Es una dependencia que obliga en amor a cuidar y anidar esa personita hasta que pueda mantenerse por sí misma. Sería inhumano cualquier acción contraria. Sin embargo, nuestra deshumanización y egoísmo hace que nos podamos deshacer de un ser humano por estar indefenso, porque no podemos escuchar su llanto o porque nos pesa su existencia. Demos gracias a nuestro Señor, quien a pesar de nuestra indolencia, no olvida a ninguna de sus criaturas, por más insignificante que parezca o por más abandonada que se encuentre. Aun el Señor mismo se hace la pregunta: “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, Sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré” (Is. 49:15).

¡Cuántas veces he escuchado justificar el aborto porque “el feto no es más que un simple coágulo de sangre”! Y yo me pregunto: ¿No somos nosotros también coágulos de sangre, agua, y otros materiales? Sí, el feto es un coágulo de sangre, pero también soy uno (aunque más desarrollado) mientras escribo estas palabras. Por lo tanto, el derecho del feto a vivir no se basa en su formación física o en su capacidad de valerse por sí mismo. En cambio, se basa en su dignidad intrínseca como ser humano espiritual desde su formación más simple.

Hemos llegado al punto de pedirle a un nonato que demuestre su humanidad, que es como pedirle a un bebé que se gane por sí mismo el biberón de leche. Esto es absolutamente inconcebible. Todos los seres humanos vivimos en una mutua dependencia que nos hace necesitarnos unos a otros. Podemos demostrar cierta libertad, cierto uso de nuestras decisiones voluntarias y gloriosamente personales, pero nos necesitamos mutuamente para poder conseguir mucho de lo que tenemos o deseamos. La ropa que vistes fue realizada por otros; el tratamiento dental que luces, lo hizo otra persona; el viaje que tanto recuerdas, lo realizaste en un avión que fue diseñado por alguien, construido por otros, y piloteado por otros más. ¡Nada lo logramos en términos absolutamente individuales! Somos “coágulos de sangre” interdependientes cuyas vidas dependen de la bondad y el esfuerzo de muchos.

Por otro lado, no quiero olvidar a las mujeres que dolorosamente tienen que llamar “error”, “descuido”, o “indeseado” a las criaturas que llevan en su vientre. ¿Cómo desconocer a las mujeres embarazadas producto de violaciones o incestos? ¿Cómo olvidar a las jovencitas que perdieron la cabeza en un momento de pasión? Podríamos enumerar miles de casos, cada uno más dramático que el otro. Pero lo cierto es que el Señor promete restauración para todo tipo de fracasos. No se puede solucionar un crimen con un crimen mayor. El Señor dice: “Yo, Yo soy su consolador. ¿Quién eres tú que temes al hombre mortal, Y al hijo del hombre que como hierba es tratado?” (Is. 51:12). Muchas personas llegan a la decisión dramática del aborto porque se sienten solas e indefensas, porque sienten que todo está en su contra y que todo está perdido. Sin embargo, el Señor dice: “Con el que luche contigo Yo lucharé, Y salvaré a tus hijos” (Is. 49.25b, énfasis mío).

Nuestro Señor Jesucristo no fue a la cruz del Calvario para hacer más pesado nuestro drama o para establecer una doble condena ante la gravedad de nuestras faltas. Él fue a la cruz llevando nuestros fracasos, nuestras rebeliones, nuestras necedades. Él murió por nosotros, para que nadie más tenga que morir, y menos un inocente que muere injustamente. Si Él nos dio vida cuando merecíamos muerte, ¿cómo podremos eliminar en nombre de nuestra vida a un inocente cuya vida depende absolutamente de nosotros?

No olvidemos que el evangelio se basa en esta gran premisa que debe permear todas nuestras decisiones: “Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, Molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, Y por Sus heridas hemos sido sanados” (Is. 53:5).

Cristo es el gran reconciliador. Él puede darnos una nueva oportunidad de vida si hemos fallado.

Creo que en el reino de Dios habrá millones de millones de hombres y mujeres que nunca habrán experimentado la vida en esta tierra. Pero también sé que existen varios millones de hombres y mujeres que no disfrutarán de su vida en esta tierra porque llevan en su conciencia el haber impedido la vida de un inocente. Pero recalco lo anterior: Cristo es el gran reconciliador. Él puede darnos una nueva oportunidad de vida si hemos fallado y entendimiento y fortaleza para no caer por esto: “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con El mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Co. 5:19).

Termino esta reflexión con las palabras del filósofo español Julián Marías : “¿Qué es lo más grave que ha ocurrido en el siglo XX? … La aceptación social del aborto. Que eso parezca un derecho, que eso parezca moral, eso es lo que no había ocurrido nunca y es lo más grave que ha ocurrido en el siglo XX, incluido todo, lo que es mucho”.

Sin embargo, no quiero terminar negativamente porque el cristianismo es Buenas Noticias, luz y victoria, no oscuridad y derrota. Todavía podemos encontrar la luz al final del túnel. Todavía podemos vencer aunque parece que ya estamos derrotados. Isaías le aconsejaba así a los hombres y mujeres de su tiempo: “¿Quién hay entre ustedes que tema al Señor, Que oiga la voz de Su siervo, Que ande en tinieblas y no tenga luz? Confíe en el nombre del Señor y apóyese en su Dios” (Is. 50:10).

El Señor también tiene poder sobre este tema porque Él es la resurrección y la vida. El evangelio no nos da la posibilidad de poder fomentar la muerte o la deshumanización como solución. Por principio, ante cualquier situación y circunstancia, siempre defenderemos la vida y daremos la vida al defenderla.

Finalmente, si respetamos la vida y luchamos por preservarla, si nos ponemos en las manos del dador de la vida para sostener otras vidas, entonces podremos encontrar la promesa que Isaías escribió en nombre de Dios: “Ciertamente el Señor consolará a Sion, Consolará todos sus lugares desolados. Convertirá su desierto en Edén, Y sus lugares desolados en huerto del Señor. Gozo y alegría se encontrarán en ella, Acciones de gracias y voces de alabanza” (Is. 51:3).



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De: Dios es mi paz Enviado: 15/10/2018 23:56


 
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