Cuando Satanás bajó al huerto del Edén, él vino con un odio hacia Dios, tal que se manifestaba cada vez que trataba de arruinar lo que estaba más cerca del corazón del Señor: la humanidad. El diablo terminó sembrando un pensamiento en la raza humana, que llevaría al hombre a su propia destrucción, la idea de que podemos llegar a ser como Dios por nosotros mismos.
Después de que Satanás tentó a Adán y Eva, Dios le dijo: “Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:14-15).
Esta es la primera vez en la Biblia que vemos el plan redentor de Dios. Obviamente, Dios no fue tomado por sorpresa en el huerto del Edén. Él sabía que la humanidad sería creada a su imagen, que posteriormente fracasaría y luego tendría que ser redimida. Entonces, Dios esencialmente le estaba diciendo a Satanás: “Para que no te exaltes, debes saber que yo tengo un plan. Vas a vivir para conquistar y devorar a los creados a mi imagen todos los días de tu vida. Yo pondré oposición entre tú y la mujer, pero a partir de la simiente de una mujer, levantaré a Aquel que se opondrá activamente a ti y te derrotará”.
Aquel de la simiente de la mujer era Cristo. Y tal como conocemos la historia de hoy, Jesús resucitaría de la muerte y aplastaría la imaginación del diablo con la que cree que tiene el derecho de cautivar a los que han sido creados a imagen de Dios, no sólo por un tiempo sino por toda la eternidad.
Es vital recordar que tenemos poder sobre el diablo; y la verdadera fuente de nuestro poder está en la oración. Siempre lo ha sido y siempre lo será.
Carter Conlon