Una de las cosas más difíciles de la duda es admitir que existe en nuestra vida. Nuestras creencias a veces parecen dominós. Si uno se tambalea, ¿no se derrumbará todo?
Las dudas a menudo comienzan pequeñas. ¿Tiene sentido orar? Sin embargo, una pregunta lleva rápidamente a la otra. ¿Me oye Dios? ¿Le importa a Dios? Y finalmente, ¿dónde está Dios?
Cuando esas dudas comienzan a fastidiarnos, podemos envidiar incluso a nuestros amigos ateos. Ellos abrazaron su incredulidad mientras que mantenemos la nuestra oculta. ¿Cómo puedes admitir que dudas si eres maestro de escuela dominical, líder de grupo en el hogar, o empleado de una organización cristiana? ¿Cómo puedes hablar de la incredulidad cuando eres parte de una familia de creyentes?
Pero las dudas están ahí. Y como las malas hierbas, crecen cuando no las atiendes. Si no nos enfrentamos a ellas, pronto nos enfrentarán a nosotros. Entonces ¿cómo debemos responder? Aquí hay cinco cosas para recordar.
1. Todo incrédulo tiene fe
No mires con nostalgia a tus amigos incrédulos como si no tuvieran que preocuparse por la fe. Todos, incluso los ateos más endurecidos, confían en compromisos y fundamentos que no pueden ver ni probar. Todos damos por sentado la regularidad del universo, la confiabilidad de nuestros sentidos, y la racionalidad de nuestras mentes. Hacemos un llamado a los valores trascendentes como la bondad, la verdad, la belleza, y el amor. Ninguno de estos puede ser probado científicamente. Todos ellos son cuestiones de fe.
Pero sin Cristo no tienen un fundamento verdadero, hermoso, y amoroso. Si crees que estás teniendo una crisis de fe, puedes estar seguro de que no es nada comparado con la crisis de fe que es el ateísmo.
2. Cada creyente tiene dudas
La duda es parte del ser humano. A veces dudo de mi matrimonio, mis amigos, mi razón, mi cocina, mis escritos, y yo misma. Sería extraño si a veces no dudara de Dios. Más que esto, la duda es una parte inevitable de la experiencia cristiana. Es por esto que Jesús continuamente reprendía a sus discípulos: “¡Hombres de poca fe!” (por ejemplo, Mt. 8:26).
A veces peco, y otras veces dudo. Ninguna de las dos cosas es buena en sí misma, pero no son sorprendentes ni inesperadas. Un cristiano sin dudas es tan imposible como un cristiano sin pecado. De hecho, el pecado surge de la incredulidad (Jn. 16:9).
La fe no es antirracional o subracional. Es una respuesta a una verdad convincente.
No es muy difícil reformular 1 Juan 1:9 de esta manera: “Si decimos que no tenemos dudas, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Pero si confesamos nuestras dudas, Dios es fiel y justo para perdonar nuestras dudas y purificarnos de toda incredulidad”.
3. La fe no es sentimientos
Los sentimientos suben y bajan como si fueran azúcar en la sangre. Si dejo que mis sentimientos tomen el volante de mi vida, se estrellarán mi trabajo, mi matrimonio, y mi fe muchas veces. Seamos realistas: existe el temperamento natural. Algunas personas son pasivas, y otras son eufóricas. Eso no convierte a los eufóricos en los héroes de la fe, solo fueron afortunados en la lotería de serotonina.
Agreguemos a esto el importante tema de la salud mental. La depresión clínica, por ejemplo, tendrá un gran efecto en la expresión de fe de una persona. Pero la fe en sí misma es otra cosa (como veremos en el punto 5). Por lo tanto, puedo estar deprimido y tener fe, aunque no lo sienta.
4. La fe no es fantasía
No creemos en Jesús contrario a la evidencia. Creemos porque hemos sido persuadidos. La fe no significa ignorar el estómago revuelto y decidir dar un paso audaz hacia la oscuridad. La fe es más bien como abrir nuestros ojos a la luz deslumbrante que ya está brillando.
¿Como hacemos eso? Bien, “la fe viene del oír”, dice Romanos 10:17. Y cuando consideras los 274 versículos de Romanos que preceden a este consejo, ¡te das cuenta de que este es un mensaje importante! Si nos falta fe, podemos ir y ver la verdad en la Escritura.
En tiempos de duda no necesito más “fe”, necesito más Jesús.
La fe no es antirracional o subracional. Es una respuesta a una verdad convincente. Y Pablo nos dice que sigamos escuchando esta verdad. No importa las dudas que puedas tener, mantente en el camino de las buenas nuevas. Rodéate de las Escrituras y gente de las Escrituras, para que sigas absorbiendo lo que es verdadero.
5. La fe no es el punto
La fe no es algo que producimos nosotros mismos. La fe es simplemente descansar en Jesús. En Juan 1:12, “recibir a Jesús” y “creer en su nombre” son paralelos. No son dos aros por los cuales debes saltar para ser salvo; son dos descripciones de la misma realidad. Del mismo modo que puede decirse de una mujer que “se casó” (en activo) y que “se convirtió en esposa” (en pasivo), la fe y recibir a Jesús son dos descripciones de la misma realidad.
Ya que la fe abraza a Jesús, en tiempos de duda no necesito más “fe”, necesito más Jesús. Y cuando recibo más a Jesús, a través de la predicación, las Escrituras, las ordenanzas, la oración, y la comunidad, entonces, quizá a pesar de mí mismo, mi fe revive.
Cuando nos enfocamos en Jesús en lugar de en “la fe”, las dudas se reducen, se relativizan, se reemplazan, e incluso se redimen. Puede ser que el camino de la duda es la manera que Dios tiene para llevarte a un conocimiento más profundo y rico de Jesús mismo.